El Jardín de los Sueños Compartidos



Había una vez, en un pueblito llamado Arcoíris, un jardín mágico donde todos los sueños podían florecer. Este jardín era especial, pues en él, cada niño y niña podía plantar una semilla que representara sus anhelos más profundos. Sin embargo, había un problema: la entrada al jardín estaba custodiada por cuatro guardianes: Don Sabelotodo, Doña Rigidez, Señor Egoísmo y Doña Crítica.

Un día, un grupo de amigos decidió que era hora de entrar al jardín. Entre ellos estaban Ana, una niña curiosa; Tomás, un niño creativo; y Lara, una niña valiente.

"¡Vamos a plantar nuestras semillas!", dijo Ana con entusiasmo.

"Pero la entrada está cerrada y esos guardianes no nos dejarán pasar", respondió Tomás, desalentado.

"Quizás haya una manera de hacer que nos escuchen", sugirió Lara, que siempre tenía una idea brillante.

Los tres amigos se acercaron al primer guardián: Don Sabelotodo.

"¡Hola, Don Sabelotodo! Queremos plantar nuestras semillas en el jardín", dijo Ana.

"¿Y por qué deberían ustedes plantar sus sueños aquí?", cuestionó él, con una mirada seria.

"Porque creemos que todos merecemos un lugar donde nuestros sueños puedan crecer y ser compartidos", respondió Lara, con determinación.

"¿Compartir? ¡Eso suena complicado!", dijo Don Sabelotodo, frunciendo el ceño.

El grupo entendió que Don Sabelotodo no estaba dispuesto a abrir la puerta, así que decidieron ir donde Doña Rigidez.

"Doña Rigidez, queremos entrar al jardín", dijo Tomás.

"¿Y qué pueden ofrecerme a cambio?", replicó ella, con los brazos cruzados.

"Podemos mostrarte lo divertido que es jugar y aprender juntos!", exclamó Tomás, sacando un dibujo de un juego que había creado.

Doña Rigidez miró el dibujo y, por un momento, se sintió un poco flexible. Pero aún así, no abrió la puerta.

"Primero, demuéstrenme que saben jugar", dijo.

El grupo se unió y comenzaron a jugar un juego de cooperación. Rieron y se divirtieron tanto que Doña Rigidez finalmente sonrió.

"Bueno, quizás jugar no es tan horrible", admitió.

Animados por su pequeño triunfo, se dirigieron ahora hacia el siguiente guardián: Señor Egoísmo.

"Señor Egoísmo, queremos plantar nuestras semillas en el jardín", dijo Ana.

"¿Plantar? ¿Y qué hay de mí? Siempre tengo que ser el primero en todo", respondió él, con una mueca de desdén.

"Pero si plantamos juntos, ¡nuestros sueños estarán más fuertes! Podemos cultivar el jardín de todos", insistió Lara.

Señor Egoísmo frunció el ceño.

"No sé… ¿y si eso arruina lo que yo quiero?", preguntó, inquieto.

"A veces, lo que uno sueña puede crecer mejor cuando se sostiene por otros", le explicó Tomás.

El Señor Egoísmo, aunque dudoso, comenzó a pensar en lo que podría ganar teniendo amigos que lo acompañen en sus aventuras y, por primera vez, se sintió un poco más ligero.

Finalmente, llegaron a Doña Crítica, que estaba sentada en un banco de la entrada, mirando despectivamente a los niños.

"Doña Crítica, queremos entrar al jardín", le dijeron todos juntos.

"¿Y por qué debería dejarles? Ustedes son solo un grupo de niños que no saben nada", respondió ella, hiriente.

"Podemos demostrarte que, aunque seamos pequeños, nuestros sueños son grandes!", dijo Ana, sintiendo que debía hablar.

"Los sueños son frágiles, a veces se rompen fácilmente", dijo Doña Crítica desde su trono de juicio.

"Pero también son fuertes cuando se comparten", replicó Tomás con valentía.

Finalmente, Doña Crítica se dio cuenta de que quizás estaba siendo muy dura y preguntó:

"Pero, ¿y si alguien se ríe de sus sueños?"

"Eso no importará, porque nosotros nos apoyaremos entre nosotros", afirmaron en coro los amigos.

Las palabras de los niños resonaron en el corazón de Doña Crítica, haciéndola reflexionar.

Después de un rato, ella tomó aire profundamente y sonrió:

"Está bien, ¡pueden entrar al jardín! Pero prometan que siempre se animarán unos a otros a creer en sus sueños."

"¡Lo prometemos!", gritaron los niños al unísono, saltando de alegría.

Con las puertas finalmente abiertas, Ana, Tomás y Lara plantaron con entusiasmo sus semillas, y al poco tiempo, el jardín se llenó de color y vida, floreciendo más que nunca.

Así, los sueños compartidos se convirtieron en una hermosa realidad, y los guardianes aprendieron que la verdadera magia sucede cuando se trabaja juntos y se comparte el amor.

Desde ese día, el Jardín de los Sueños Compartidos estuvo abierto para todos, convirtiéndose en un lugar de amistad y colaboración, donde cada sueños se celebraban y crecía en comunidad.

FIN.

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