El Jardín de los Sueños de Luna
Érase una vez, en un pintoresco barrio de Buenos Aires, una nena llamada Luna. Tenía 3 años y era tan curiosa como cualquier nene de su edad. Cuando llegó el momento de comenzar el jardín, su mamá la llevó con mucha ilusión. Sin embargo, al llegar, Luna sintió que un nudo se le formaba en el estómago. Todo era nuevo y desconocido; los colores, los sonidos, la multitud de niñes. No podía evitarlo, y al ver a otros nenes jugar entre risas, empezó a llorar.
-Mamá, no quiero quedarme aquí. -decía Luna sollozando.
-Es entendible, mi amor. Pero dentro de un rato te vas a divertir muchísimo. Confía en mí. -la consoló mamá, acariciándole el cabello.
A regañadientes, Luna se quedó. En el fondo de su corazón, sabía que no podía estar en su casa todo el tiempo. Pero no podía evitar a ese raro sentimiento de tristeza y soledad.
Al pasar los días, todo seguía siendo un desafío. Luna se sentaba sola en un rincón, viendo cómo los otros nenes jugaban y se reían. Una mañana, apareció una niña llamada Delfi, que se acercó a ella con una amplia sonrisa.
-Hola, soy Delfi. ¿Querés jugar con mis muñecas? -preguntó ella.
Luna dudó un momento. La idea de jugar le parecía muy tentadora, aunque lo primero que sintió fue miedo de rechazarla. Pero al final, el deseo de jugar ganó.
-Sí, me gustaría. -respondió Luna tímidamente.
Esa pequeña decisión fue el primer paso hacia un mundo nuevo. Durante los días siguientes, Delfi la ayudó a descubrir el lugar. Juntas, exploraban el patio, hacían dibujos de arcoíris y jugaban a las escondidas. Con cada actividad nueva, Luna empezaba a sentirse más cómoda.
Pero una mañana, ocurrió algo inesperado. Anunciaron que habría un espectáculo especial: vendrían titiriteros a presentar una obra de marionetas. Todos los peques estaban entusiasmados, pero a Luna le dio miedo subirse al escenario cuando le pidieron que participara.
-¡Vamos, Luna! - gritó Delfi desde el público.
A pesar de estar nerviosa, Luna miró la sonrisa de su mejor amiga y recordó todas las aventuras juntas. Entonces, respiró profundo y decidió intentarlo.
-¡Yo puedo hacerlo! - dijo Luna con más seguridad de lo que sentía.
Y así, subió al escenario. Cuando la música empezó, se dio cuenta de que su miedo se estaba desvaneciendo. Con cada movimiento y cada risa del público, su corazón latía con fuerza pero también con alegría. Cuando terminó la actuación, la ovación fue ensordecedora. Luna sintió que todo su esfuerzo valía la pena.
Al final del día, se encontró con su mamá.
-¿Como te fue, mi amor? -preguntó mamá, con ojos brillantes.
-Fue increíble, ¡me subí al escenario! -exclamó Luna, llena de emoción.
Desde esa día, nada fue lo mismo. Luna se fue convirtiendo en una nena más feliz, llena de confianza. Se unió a distintos juegos y hasta comenzó a organizar un club de búsqueda del tesoro con sus compañeres. Y cada vez que sentía un atisbo de miedo, recordaba cómo había enfrentado el desafío del escenario.
Al final del año, el jardín organizó una ceremonia para celebrar el cierre de salita de 3. Todos los nenes presentaron un cierre especial y, para sorpresa de todos, Luna fue elegida para hacer un discurso.
-Eh… hola, soy Luna y estoy muy feliz por todos mis amigos. -dijo frente a sus compañeros y familiares, sintiendo que estaba sobre el escenario una vez más.
Al final del discurso, todos aplaudieron. Luna se sintió muy orgullosa. Había aprendido que enfrentar lo nuevo podía resultar maravilloso y que, a veces, solo necesitaba un empujoncito de una amiga para encontrar su lugar.
Y así, con una sonrisa en el rostro y muchas nuevas aventuras por vivir, Luna terminó su año en el jardín. Ya no era solo una nena tímida; era una nena llena de sueños, lista para enfrentar el mundo con valentía y alegría.
FIN.