El Jardín de los Sueños de Sofía
Érase una vez, en un pequeño pueblo lleno de flores y colores, vivía una niña llamada Sofía. Sofía era una niña de risas contagiosas, ojos brillantes y un corazón lleno de sueños. Pero había algo especial en ella; Sofía había sido diagnosticada con artritis reumatoide desde que tenía apenas 4 meses. A pesar de que a veces sus manos le dolían y no podía correr tan rápido como sus amigos, su espíritu era inquebrantable.
Un día, mientras jugaba en el jardín de su abuela, Sofía encontró una mariposa de colores vibrantes.
- “¡Mirá esa mariposa! Es tan hermosa, ¡como un cuadro pintado por un artista! ” - exclamó Sofía emocionada.
Pero la mariposa no se quedaba quieta, volaba de un lado a otro, como si estuviera invitándola a seguirla. Sofía, con una gran sonrisa, decidió correr detrás de ella.
A medida que corría, sintió un pequeño pinchazo en su pierna. Sofía se detuvo y miró hacia abajo. Sus pequeñas manos estaban temblando. Pero no se dejó vencer. Se sentó sobre el césped y, con una risita, dijo en voz alta:
- “¡No importa! Las mariposas no se van a asustar si me tomo un momento para respirar.”
Así que comenzó a hacer respiraciones profundas y suaves, y poco a poco, la mariposa volvió. “¡Qué suerte! ”, pensó Sofía mientras la observaba.
Ese día, además, Sofía decidió que quería aprender más sobre la naturaleza. Así que, con la ayuda de su abuelo, comenzaron a crear un pequeño jardín lleno de flores.
- “¡Vamos a plantar margaritas y girasoles, abu! ” - dijo Sofía con entusiasmo.
- “¡Perfecto, pequeña jardinera! Las plantas necesitan cuidado, como vos, y les darás amor” - le respondió él mientras preparaban la tierra.
Con cada semilla que plantaban, Sofía sentía que su jardín florecía, pero también su fuerza interior. Ella se dio cuenta de que, aunque tenía que enfrentarse a desafíos, podía encontrar alegría en pequeñas cosas, como ver cómo crecían sus flores.
Un día, mientras jugaba en el jardín, un grupo de niños apareció. Sofía los miró con cierta timidez.
- “¿Podemos jugar con vos? ” - preguntó uno de ellos, un niño de cabello rizado.
Sofía sonrió, pero su dolor volvió a aparecer, y no sabía si podría seguir el ritmo de los demás.
- “No sé si puedo correr mucho...” - murmuró.
- “No importa, podemos jugar a las escondidas, no tenés que correr tanto. ¡Y podemos contarlas en el jardín! ” - sugirió una niña con trenzas.
Sofía se sintió aliviada y feliz. Al final, jugaron durante horas, riendo y escondiéndose entre las flores. Esa noche, mientras se preparaba para dormir, Sofía sintió que había hecho nuevos amigos.
Al día siguiente, mientras estaba en el jardín, Sofía escuchó un ruido extraño; era el sonido de la mariposa, pero esta vez, la mariposa estaba en el suelo, con un ala dañada. Sofía se hizo un nudo en la garganta.
- “No, no... No te vayas, por favor” - dijo con la voz entrecortada. Sin pensarlo dos veces, Sofía corrió a buscar una pequeña caja. Colocó suavemente a la mariposa dentro y se la llevó a su abuela.
- “¡Mirá lo que encontré! ” - exclamó.
- “Oh, querida, ¿estás segura de que querés ayudarla? ” - preguntó su abuela con dulzura.
- “Sí, quiero cuidarla. Si yo puedo seguir adelante con mi dolor, puedo ayudarla a sanar también.”
Con la ayuda de su abuela, Sofía creó un pequeño espacio en su habitación para cuidar de la mariposa. Cada día, Sofía le daba agua con un gotero y le acercaba flores frescas.
- “¡Eres muy fuerte, mariposa! ¡Vas a volar de nuevo! ” - la animaba Sofía.
Las semanas pasaron, y un día, cuando Sofía la observaba, vio que la mariposa comenzaba a mover sus alas. Sofía sintió un cosquilleo en su corazón. El día que la mariposa estuvo lista para volar, se llenó de una alegría inmensa.
- “¡Es hora de que vuelvas al jardín, amiga! ” - le dijo, emocionada.
Con cuidado, abrió la caja. La mariposa se quedó un momento quieta, como si entendiera que había recibido amor. Luego levantó sus alas y voló alto en el cielo claro. Sofía aplaudió y reía de felicidad, sintiéndose como si también ella estuviera volando.
Desde ese día, cada vez que Sofía sentía un dolor o se encontraba desanimada, recordaba a su mariposa y cómo había sanado con amor y paciencia.
- “Todos podemos ser un poquito como esa mariposa” - decía a sus nuevos amigos. - “No importa cuán difícil sea el camino, con amor y cuidado, siempre podemos volver a volar”.
Y así, Sofía continuó cultivando su jardín de sueños, asegurándose de que cada planta, cada mariposa y cada amigo supiera lo valioso que es creer en uno mismo y en los demás.
FIN.