El Jardín de los Susurros



En un pequeño pueblo, había un jardín que todos los chicos llamaban "El Jardín de los Susurros". Se decía que en él, las flores hablaban y contaban historias mágicas a quienes escuchaban con atención. Pero los adultos decían que no se debía entrar, ya que podía ser peligroso.

Una tarde, Eva y su amigo Tomi decidieron aventurarse en el jardín.

-Eva, ¿vos creés que las flores realmente hablan? -preguntó Tomi, con los ojos bien abiertos.

-No sé, pero tengo mucha curiosidad por ver qué cuentan -respondió Eva emocionada.

Cuando llegaron, encontraron un lugar impresionante lleno de flores de todos los colores. A medida que se adentraban, comenzaron a escuchar un suave murmullo.

-¡Escuchá! -dijo Eva poniendo un dedo en sus labios.

Las flores susurraban historias de tiempo en tiempo, hablaban sobre la importancia de cuidar la naturaleza y cómo, con amor, podías hacer que crezca la más hermosa de las flores.

-¿Y si le preguntamos algo? -sugirió Tomi un poco nervioso.

Eva se acercó a la flor más cercana, una hermosa margarita amarilla, y dijo:

-¡Hola! ¿Podés contarnos un secreto?

La margarita respondió:

-Solo si prometen escuchar con el corazón.

Los amigos se miraron y asintieron con la cabeza.

-Entonces, aquí va: Cada acción amable que haces es como una semilla que plantas en este jardín. Cuanto más amor siembres, más belleza cosecharás.

-¡Eso es genial! -exclamó Tomi, emocionado.

Sin embargo, al continuar explorando, se toparon con una flor marchita.

-¿Por qué no hablas? -preguntó Eva con tristeza.

La flor, con voz suave, respondió:

-Estoy triste porque no fue cuidada. La gente a veces olvida lo importante que es mimar a los que nos rodean.

Esa respuesta hizo que ambos reflexionaran. Sabían que si querían que el jardín siguiera siendo mágico, debían cuidarlo y ayudar a las flores a crecer.

-¿Y cómo podemos ayudar? -preguntó Tomi.

La margarita amarilla explicó:

-Pueden comenzar por llevar agua a las flores marchitas y eliminar la maleza. También sería lindo que le cuenten a otros lo que han aprendido. Así, más personas se unirán a esta causa.

Eva y Tomi se miraron con determinación.

-¡Vamos a hacerlo! -dijeron juntos, llenos de energía.

Pasaron días cuidando el jardín, regando las flores y compartiendo sus enseñanzas con los demás niños del pueblo. La entrada del jardín se llenó de risas y alegría. Poco a poco, el jardín floreció como nunca antes, y también, ellos aprendieron sobre la amistad, el respeto y la importancia de cuidar nuestro entorno.

Una tarde, mientras admiraban su trabajo, la flor marchita volvió a florecer. Su bello color iluminó el jardín, y todos los niños aplaudieron.

-¡Lo logramos! -gritó Eva con alegría.

Las flores comenzaron a susurrar de nuevo, pero esta vez, era una melodía de felicidad.

-Recuerden, queridos amigos, cada pequeño gesto puede cambiar el mundo.

A partir de ese momento, Eva, Tomi y todos los chicos del pueblo se comprometieron a cuidar no solo el Jardín de los Susurros, sino también su hogar, el planeta. Y así, el jardín nunca dejó de narrar historias de amor y amistad, convirtiéndose en un lugar de magia y enseñanzas para todas las generaciones.

Y así concluye esta mágica aventura, un recordatorio de que cuidar y escuchar a los demás, ya sea personas o flores, siempre trae recompensas llenas de amor.

FIN.

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