El Jardín de los Susurros
En un pequeño pueblo rodeado de montañas, existía un jardín mágico que solo se revelaba a aquellos con un corazón puro. Nadie sabía cómo había llegado allí, pero se decía que sus flores podían hablar. Los niños del pueblo solían jugar cerca del sendero que llevaba al jardín, aunque siempre tenían cuidado de no entrar, pues se decía que solo aquellos que realmente lo merecían podían ver su belleza.
Una mañana, Lola, una niña curiosa y valiente, decidió que era hora de descubrir la verdad sobre el jardín. Acompañada por su amigo Fer, aventurero y soñador, se acercaron al sendero.
"¿Estás segura de que quieres ir? Dicen que si no tienes un corazón puro, las flores no te dejarán entrar" - dijo Fer, un poco asustado.
"No tengo miedo, Fer. Solo quiero ver si las flores realmente pueden hablar" - respondió Lola con una sonrisa.
Tras caminar un rato, el sendero comenzó a brillar y, de repente, el jardín se reveló ante sus ojos. Eran colores vibrantes, melodías suaves y perfumes que nunca habían olfateado.
"¡Mirá eso!" - exclamó Fer, señalando una flor gigantesca de color azul profundo.
Cuando se acercaron, la flor abrió sus pétalos y, para su sorpresa, les dijo:
"Hola, niños. Bienvenidos al Jardín de los Susurros. ¿Qué les trae aquí?"
Lola y Fer se miraron, asombrados.
"Queremos saber si es verdad que las flores pueden hablar" - respondió Lola, entusiasmada.
"Lo es, pero solo los que son amables de corazón pueden entendernos" - dijo la flor.
De repente, un viento suave sopló, trayendo consigo los susurros de otras flores.
—"Escuchen" - continuó la flor. "Aprendemos de todos los que nos rodean. Pero a veces, necesitan un poco de ayuda para ser más amables".
"¿Cómo podemos ayudar?" - preguntó Fer.
"Con pequeños actos de bondad, pueden hacer que el pueblo sea un lugar más hermoso" - explicó la flor.
Lola y Fer se dieron cuenta de que, aunque tenían amigos y familia, a veces olvidaban ser amables entre sí.
"¿Cuáles son esos actos de bondad?" - preguntó Lola.
"Puede ser tan simple como ayudar a alguien a cargar sus cosas o compartir tus juguetes" - respondió la flor.
Los niños decidieron que regresarían al pueblo y comenzarían a hacer pequeños gestos. Se despidieron del jardín y prometieron volver a contarles todo.
Días después, empezaron con tareas simples.
"Me ayudarías con los deberes?" - le pidió Fer a su compañero de clases.
"¡Claro!" - respondió el niño, sonriendo.
Poco a poco, fueron contagiando a otros niños. Sin darse cuenta, el pueblo comenzó a llenarse de risas y alegría, y los niños se volvieron más cercanos.
Una tarde, decidieron regresar al jardín para contarle a la flor sobre los cambios.
"¡Lo logrimos! Ahora todos son más amables entre sí" - dijo Lola emocionada.
La flor sonrió.
"¡Eso es maravilloso! Cada pequeño acto cuenta y el jardín florecerá aún más.
Regresen siempre que quieran, mis puertas estarán abiertas para quienes tengan un corazón puro" - añadió la flor.
Desde ese día, el Jardín de los Susurros se convirtió en su lugar secreto, donde compartían risas y aprendían sobre la bondad.
Y así, Lola y Fer no solo descubrieron un mágico jardín, sino también el valor de la amistad y la importancia de ser amables con los demás, recordando siempre que en un mundo lleno de colores, los actos de bondad hacen que todo brille aún más.
FIN.