El Jardín de los Valientes



En un mundo no tan lejano, en la ciudad de Bravopolis, la gente había aprendido a cultivar no solo sus plantas, sino también su resistencia y valentía. Los niños de la ciudad solían ir a un jardín especial, ubicado en el centro, donde florecían plantas que daban vida a historias de superación y amistad.

Un día, los mejores amigos, Lía y Tomás, decidieron explorar este jardín mágico. Al entrar, un aroma fresco y una luz radiante los envuelven. Allí conocieron a una sabia anciana llamada Abuela Flora, quien se dedicaba a enseñarles sobre las plantas y el poder que tenían para fortalecer el espíritu humano.

"Claro que sí, pequeños exploradores. Cada planta aquí puede enseñaros algo valioso sobre la resistencia", dijo Abuela Flora mientras señalaba un árbol robusto y frondoso. "Este es el Gran Roble de la Fortaleza. ¿Sabéis por qué es tan especial?"

"Porque nunca se cae en las tormentas" comentó Lía emocionada.

"Así es. Este árbol nos recuerda que, aunque las dificultades nos sacudan, debemos mantenernos firmes y fuertes como él."

Tomás observó un pequeño arbusto lleno de flores coloridas.

"¿Y qué hay de esa planta? Me parece hermosa", preguntó.

"Esa se llama Coraje. Sus flores brillantes crecen en la adversidad, recordándonos que lo bello suele nacer en los momentos difíciles", contestó la anciana.

Con cada visita al jardín, Lía y Tomás ansiosos iban aprendiendo sobres sus desafíos. Decidieron que era hora de poner en práctica lo aprendido. Un día, la escuela anunció una competencia de correr, pero sentían cierta incertidumbre.

"No creo que gane, no soy tan rápido", dijo Tomás, un poco desanimado.

"Tomás, recuerda lo que aprendimos del Gran Roble. No se trata solo de ganar. Se trata de intentar a pesar de los miedos", sugirió Lía con una luz en sus ojos.

El día de la competencia, todos los niños estaban nerviosos. La línea de meta los miraba como si fuera una montaña difícil de escalar.

"Estoy listo", dijo Tomás, aunque en su rostro se podía notar la duda.

"Sólo corre con el corazón, ¡vos podés!", lo alentó Lía.

La carrera comenzó, y al principio, Tomás se sintió abrumado. Pero al ver a Lía corriendo a su lado, empezó a recordar a Abuela Flora y el Coraje. Las palabras de su amiga resonaron en su cabeza mientras cada zancada lo acercaba a la meta.

Sin embargo, cuando estaba a mitad de camino, un niño resbaló y cayó al suelo, dejando a todos los demás atrás. En lugar de seguir corriendo, Tomás dudó.

"¡Tomás, ¡ayúdalo!" gritó Lía.

Él se detuvo y volvió corriendo para ayudar al niño.

"¿Te encuentras bien?", le preguntó, y como respuesta recibió una sonrisa nerviosa.

Ambos, el niño y Tomás, se pusieron de pie. Juntos decidieron correr hacia la meta.

"No importa llegar primero, lo importante es ayudarnos", dijo Tomás.

Y así los tres corrieron juntos. Aunque no fueron los primeros en cruzar la meta, sí se llevaron el mayor premio: el valor y la fortaleza de la amistad. Abuela Flora los miraba con una sonrisa satisfecha desde el jardín.

"Este es el verdadero triunfo, pequeños valientes", comentó la abuela desde lejos.

Desde aquel día, Lía y Tomás aprendieron que la resistencia humana se cultivaba, no sólo en el cuerpo, sino en el corazón. Y así, juntos, continuaron cuidando su jardín del valor, aprendiendo de las plantas y de cada desafío que les presentaba la vida.

"Volvamos mañana, nunca sabemos qué nuevas lecciones nos esperan en el Jardín de los Valientes", dijo Lía, con una chispa en su mirada.

Y así cada día, Bravopolis se llenó de valientes que no se rendían, cuidando siempre de sus plantas, sus amigos y su propia resistencia.

FIN.

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