El Jardín de María
Había una vez una niña llamada María que vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos cristalinos. María amaba la naturaleza y pasaba horas explorando los bosques y jardines que rodeaban su hogar. Un día, mientras recogía flores en el campo, se encontró con un antiguo libro cubierto de polvo.
- ¡Qué libro tan raro! - exclamó María, limpiando la tapa con sus manos.
Al abrirlo, descubrió que estaba lleno de dibujos de plantas y flores mágicas, cada una con poderes especiales. Una de las páginas decía:
- Con un poco de amor y cuidado, podrás hacer que estas flores crezcan en tu jardín... ¡y te concederán un deseo!
Entusiasmada, María decidió que iba a hacer su propio jardín mágico. Corrió a su casa y comenzó a buscar semillas que había guardado de sus exploraciones. Reunió semillas de girasoles, lavandas y un montón de otras plantas que le gustaban.
- ¡Voy a plantar un jardín maravilloso! - gritó María a su hermano Juan, que estaba jugando con sus juguetes en el patio.
- ¿Y qué vas a hacer con ese jardín? - preguntó Juan, curioso.
- ¡Voy a pedir un deseo! - respondió María con una sonrisa.
María plantó las semillas con mucho cuidado y, cada día, las regaba y les hablaba como si fueran sus amigos. Pasaron unos días y, de repente, comenzaron a brotar coloridas flores, unas más grandes que otras.
- ¡Mirá, Juan! ¡El jardín está precioso! - exclamó ella, saliendo de su casa con alegría.
Pero un día, mientras María cuidaba su jardín, una fuerte tormenta se desató. El viento sopló con fuerza y las flores comenzaron a volar por el aire.
- ¡Oh no, mis flores! - gritó María desesperada, mientras corría tras ellas.
Sin embargo, la tormenta fue tan intensa que pronto todo se oscureció y María se encontró perdida en un bosque desconocido. Se asustó por un momento, pero decidió que no se dejaría vencer por el miedo.
- Necesito encontrar el camino de vuelta - pensó María. Y así, comenzó a recorrer el bosque con mucho cuidado, recordando lo que había leído en el libro.
En su aventura, se encontró con un grupo de animales: un conejo, un zorro y un ciervo.
- ¿Qué haces aquí sola? - le preguntó el conejo, asomándose entre los arbustos.
- Me perdí, y tengo que regresar a casa - respondió María, tratando de mantener la calma.
- ¡Nosotros te ayudaremos! - dijo el zorro, moviendo su cola con alegría.
Los animales se unieron a María en su búsqueda. Juntos, comenzaron a explorar el bosque. Cada vez que se encontraban con algún obstáculo, colaboraban y buscaban soluciones.
- ¡Mirá ese árbol! - propuso el ciervo - podemos escalarlo para ver si podemos ver tu casa desde arriba.
María y los animales lograron llegar a la cima. Desde ahí, pudieron ver su pueblo en la distancia.
- ¡Allí está! - señaló María emocionada. - ¡Vamos rápido!
Gracias al trabajo en equipo, María y sus nuevos amigos lograron encontrar el camino de regreso. Cuando llegaron a su casa, la tormenta ya había cesado y las flores estaban intactas, aunque un poco desgastadas. María sonrió al ver que su jardín había sobrevivido.
- ¡Lo logramos! - gritó María, abrazando a sus amigos.
Desde ese día, María entendió que no solo el amor y el cuidado hacían que su jardín creciera, sino también la amistad y el apoyo mutuo. Decidió que cada año, en la llegada de la primavera, invitaría a sus amigos a plantar juntos en el jardín.
Y así, el Jardín de María no solo floreció con bellas flores mágicas, sino también con risas, amistad y maravillosos momentos compartidos entre todos. Al final del día, cuando el sol se ponía, se sentaban juntas en el jardín, rodeados de colores y fragancias, deseando el uno al otro lo mejor en sus corazones.
De esta forma, María descubrió que la verdadera magia estaba en el amor y la amistad que compartía con los demás.
FIN.