El jardín de Pipo y Pepo
Había una vez un periquito llamado Pipo, quien vivía en una pequeña jaula en el patio de la casa de Lucía.
Aunque Lucía lo cuidaba muy bien y le daba alpiste todos los días, Pipo soñaba con volar libremente por el cielo azul. Un día, mientras Lucía estaba regando las plantas del jardín, notó que una lechuga había crecido de manera peculiar.
Tenía hermosas hojas verdes y brillantes, pero su forma era extraña: parecía una especie de escalera hacia arriba. Lucía se acercó curiosa a la lechuga y decidió arrancarla para ver qué había debajo. Para su sorpresa, encontró un pequeño agujero en el suelo.
Sin pensarlo dos veces, metió la lechuga en la jaula de Pipo. Al principio, Pipo no sabía qué hacer con esa extraña planta que había aparecido en su hogar. Pero pronto se dio cuenta de que podía usarla como escalera para subir hasta lo más alto de la jaula.
"¡Mira mamá! ¡Pipo está trepando por la lechuga!"- exclamó Lucía emocionada. El pajarito subió con mucho esfuerzo hasta llegar a la cima de la planta.
Desde allí pudo ver todo el patio y sentirse más cerca del cielo que nunca antes. "¡Qué maravilla! Ahora puedo estar más cerca del sol y sentirme como si estuviera volando"- dijo Pipo feliz.
Lucía sonrió al ver lo contento que estaba su amiguito emplumado y decidió buscar algo más para hacer de su jaula un lugar aún más especial. Fue al garaje y encontró una pequeña piscina de plástico, la llenó de agua y la colocó dentro de la jaula. Pipo se acercó curioso a la piscina y decidió darse un chapuzón.
Nadar en el agua fresca le hacía sentirse libre como un pez en el océano. A partir de ese momento, todos los días Pipo disfrutaba de sus baños refrescantes mientras cantaba alegremente.
Un día, mientras Pipo nadaba en su piscina, llegó volando desde el cielo otro periquito llamado Pepo. Al ver lo feliz que era Pipo en su jaula especial, Pepo decidió quedarse a vivir allí también.
"¡Hola! Soy Pepo, ¿puedo ser tu amigo?"- dijo Pepo emocionado. Pipo aceptó encantado y pronto se convirtieron en inseparables compañeros de juegos y travesuras. Juntos exploraban cada rincón de la jaula, disfrutaban del sol y compartían las deliciosas semillas que Lucía les daba.
Los días pasaron rápidamente y Pipo ya no soñaba con volar libre por el cielo azul porque había encontrado algo aún mejor: una verdadera amistad llena de alegría y diversión.
Lucía observaba feliz cómo aquellos dos pajaritos habían transformado su pequeño patio en un lugar mágico lleno de risas y color. Aprendió que aunque estén en una jaula, los animales también pueden ser felices si se les brinda amor y atención.
Y así fue como Pipo y Pepo vivieron felices en su jaula especial, disfrutando de la compañía mutua y recordándole a todos que, aunque estén limitados físicamente, siempre pueden encontrar la libertad en el corazón.
FIN.