El jardín de Rebeca



Era una soleada mañana en el barrio de Rebeca, una niña de siete años con una imaginación desbordante. Siempre había soñado con tener un jardín lleno de colores en su casa. Un día, mientras paseaba por el parque, se llenó de inspiración al ver las flores vibrantes y cómo las abejas danzaban de una a otra.

"¡Mamá!" –llamó Rebeca emocionada, corriendo hacia su madre. –"¿Podemos tener un jardín en casa? ¡Me encantaría tener muchas flores!"

Su mamá, aunque ocupada, sonrió al ver la pasión de su hija. "Claro, Rebeca. Podemos arreglar un hermoso jardín. ¿Qué te gustaría plantar?"

Rebeca comenzó a enumerar flores de todos los colores: "¡Rosas, girasoles, margaritas y lavandas!"

Así fue como su mamá, con ayuda de Rebeca, se puso manos a la obra. Juntas compraron semillas, tierra y macetas. Rebeca eligió con cuidado cada lugar donde quería que crecieran las plantas y, emocionada, empezó a sembrar.

Los días pasaron y Rebeca regaba las plantas con ternura y dedicación. Se pasaba horas en su jardín, cuidando cada flor como si fueran sus amigos. Pero al poco tiempo, mientras las plantas empezaban a brotar, hubo un giro inesperado. Una tarde, Rebeca encontró su jardín lleno de hojas marchitas y tierra desordenada.

"¿Qué pasó aquí?" –se lamentó, con lágrimas en los ojos.

"¡Mierda! No lo puedo creer" –exclamó frustrada. Su pequeño jardín parecía un desastre. Pero su madre la abrazó, dándole apoyo.

"No te preocupes, Rebeca. A veces, los problemas pasan, pero lo importante es intentar solucionarlos. ¿Por qué no preguntamos a los vecinos si saben qué sucedió?"

Inmediatamente, Rebeca se armó de valor y decidió visitar a sus vecinos. Habló con Doña Teresa, quien tenía el jardín más bonito del barrio.

"Doña Teresa, tengo un problema. Mi jardín se ha estropeado y no sé qué hacer" –le contó, sintiéndose un poco nerviosa pero decidida.

Doña Teresa, con una sonrisa amable, le explicó: "A veces, otros insectos pueden llevarse el agua o la tierra de las plantas. Pero no te preocupes. Lo que necesitas es un poco de cuidado adicional y amor. Podemos trabajar juntas este fin de semana. Te mostraré cómo mantenerlo saludable".

Rebeca sonrió de oreja a oreja. "¡Gracias, Doña Teresa! Tu ayuda será muy valiosa."

Así fue como, con la ayuda de Don Carlos, el jardinero del barrio, y Doña Teresa, Rebeca aprendió a abonar la tierra, a identificar los pequeños insectos dañinos y a cuidar cada planta con cariño.

Después de semanas de trabajo, ¡el jardín de Rebeca floreció como nunca! Todos los colores que había soñado se desplegaron a su alrededor. Las rosas brillaban en rojo y amarillo, los girasoles se alzaban orgullosos hacia el sol, y las margaritas eran un mar de blanco y amarillo.

En la inauguración de su jardín, reunió a todos los vecinos y su mamá le ayudó a preparar algunos refrigerios.

"Miren, ¡mi jardín!" –gritó Rebeca con alegría.

Los vecinos la aplaudieron, admirando su trabajo y esfuerzo.

"Hiciste un trabajo increíble, Rebeca. Tu dedicación ha dado frutos" –dijo Doña Teresa, emocionada.

Rebeca se dio cuenta de que su jardín no solo era hermoso, sino que también había creado lazos con sus vecinos.

Finalmente, comprendió que con amor, dedicación y ayuda de los demás, todo es posible. Desde entonces, cada día, Rebeca se dedicó a cuidar su jardín mientras fomentaba la amistad en su comunidad, entendiendo que cada flor florece también en el corazón de quienes la cuidan. Y así, el jardín de Rebeca se convirtió no solo en el más bonito de la cuadra, sino en un símbolo de trabajo en equipo y amor por la naturaleza.

FIN.

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