El jardín de sandías de Lily
Lily era una niña muy especial. Vivía en una pequeña casita rodeada de árboles frutales y siempre tenía una sonrisa en su rostro.
Lo que más le gustaba en el mundo eran las sandías, esas grandes frutas verdes con rayas blancas que al abrirse revelaban un interior rojo y jugoso. Un día, mientras paseaba por el campo, Lily encontró una semilla de sandía. La tomó entre sus manos y decidió plantarla en su jardín.
Con mucha dedicación, regaba la planta todos los días y la cuidaba con mucho amor. Meses después, la planta había crecido tanto que dio sus primeros frutos: dos enormes sandías. Lily estaba tan feliz que no podía esperar para probarlas.
- ¡Mamá! ¡Papá! -gritó Lily emocionada-. ¡Miren lo que mi plantita ha dado! - Wow, qué grandes son esas sandías -dijo su papá sorprendido-. ¿Quieres compartirlas con nosotros? - ¡Sííí! -respondió Lily saltando de alegría.
Los tres se sentaron bajo un árbol y partieron las sandías. Era tanta la felicidad de Lily al comerlas que decidió hacer algo especial: cada mes plantaría nuevas semillas para tener más sandías y compartir con sus amigos del pueblo.
Así comenzó la aventura de Lily como jardinera. Cada mes plantaba nuevas semillas y cuidaba las plantitas hasta que daban hermosas sandías.
Pero un día ocurrió algo inesperado: un grupo de conejos hambrientos invadió su jardín y empezaron a devorar sus plantas. - ¡No! ¡Mis sandías! -gritó Lily desesperada al ver los destrozos que habían causado los conejos. Su mamá intentó ahuyentarlos, pero era muy difícil.
Entonces, se le ocurrió una idea:- Lily, ¿qué tal si construimos una cerca para proteger tus plantas? - ¡Eso es genial! -respondió la niña con entusiasmo-. Pero no sé cómo hacerlo. - Tranquila, yo te ayudaré -dijo su papá sonriendo.
Juntos se pusieron manos a la obra y construyeron una cerca de madera alrededor del jardín. Los conejos ya no podían entrar y las plantas crecían sanas y fuertes. Con el tiempo, otros niños del pueblo se unieron a la aventura de Lily como jardinera.
Plantaban semillas en sus propios jardines y compartían sus frutos con amigos y vecinos. Así nació una pequeña comunidad de jardineros que trabajaban juntos para cuidar el medio ambiente y disfrutar de las bondades de la naturaleza.
Y así fue como Lily descubrió que cada pequeña acción puede tener un gran impacto en el mundo. Al cuidar su jardín, estaba contribuyendo a mejorar el planeta. Y eso la hacía sentir muy feliz.
FIN.