El jardín de Stiven



En un pequeño pueblo de Venezuela llamado "Verde Esperanza", vivía Stiven, un niño curioso y amante de la naturaleza. Desde muy pequeño mostraba interés por sembrar en la tierra, cuidando con esmero cada planta que crecía en su camino.

El patio de su casa era su lugar favorito para cultivar todo tipo de vegetales y flores. Pasaba horas jugando entre la tierra, regando sus plantas y observando mariposas revolotear a su alrededor.

Su mamá siempre lo miraba con ternura desde la ventana, admirando el amor y dedicación que Stiven ponía en cada una de sus siembras.

Un día, mientras ayudaba a su abuelita a sembrar tomates en el huerto familiar, Stiven escuchó hablar sobre los paisajes más bonitos de Venezuela. Quedó fascinado al enterarse de las montañas nevadas de Mérida, las playas cristalinas de Morrocoy y los hermosos llanos del Orinoco.

Decidió entonces investigar más sobre esos lugares y se propuso visitarlos algún día para apreciar su belleza con sus propios ojos. Con ayuda de sus padres, empezó a ahorrar cada centavo que recibía como mesada para cumplir su sueño. Mientras tanto, en la escuela, Stiven participaba activamente en el club ecológico.

Junto a sus amigos plantaron árboles en el patio del colegio y crearon un jardín vertical con botellas recicladas.

La directora del colegio quedó impresionada por la iniciativa de los niños y decidió inscribir al colegio en un concurso nacional sobre proyectos ambientales. "-¡Chicos! ¡Nos han seleccionado como finalistas del concurso! -anunció emocionada la directora. -¡Qué emoción! ¡Tenemos que seguir trabajando duro para ganar! -exclamó Stiven entusiasmado.

"Los días pasaron rápidamente y llegó el momento decisivo: la presentación ante el jurado calificador. Los niños expusieron con orgullo todo el trabajo realizado y compartieron su amor por la naturaleza con cada palabra dicha. Finalmente, llegó el veredicto: ¡el colegio había ganado el primer lugar! Todos estallaron en aplausos y alegría.

La directora felicitó efusivamente a los chicos y les anunció que parte del premio sería destinado a realizar una excursión educativa a uno de los paisajes más bonitos de Venezuela.

Stiven no podía contener su emoción al enterarse que visitarían Los Roques, un archipiélago paradisíaco donde podría disfrutar del mar turquesa y las arenas blancas junto a sus compañeros. El viaje fue inolvidable para Stiven.

Cada rincón nuevo descubierto despertaba aún más su amor por la naturaleza y alimentaba su deseo por seguir sembrando vida allá donde fuera.

Al regresar a Verde Esperanza, Stiven sabía que aunque hubiera conocido lugares increíbles en Venezuela, ningún paisaje se comparaba con la belleza natural que él mismo cultivaba en el patio de su casa y en la escuela. Y así siguió sembrando sueños e inspiración allá donde iba, demostrando que cuando se siembra amor por la naturaleza, se cosechan experiencias maravillosas para compartir con todos quienes nos rodean.

FIN.

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