El Jardín de Todos
Era una vez en un pequeño pueblo llamado Arcoíris, donde todos los niños y niñas soñaban con jugar juntos en el parque. Sin embargo, había un problema: algunos niños, como Tomás, no se sentían incluidos en los juegos. Tomás era un niño que usaba una silla de ruedas y siempre deseaba poder participar como sus amigos.
Un día, la maestra Ana decidió que era momento de organizar una jornada de inclusión en la escuela.
"Hoy aprenderemos a jugar juntos y a cuidar de todos", dijo Ana con una gran sonrisa.
Todos los niños aplaudieron emocionados. Pero había un grupo que no estaba del todo convencido: Facundo y su grupo de amigos
"¿Por qué tenemos que jugar con Tomás? ¡Es distinto!", protestó Facundo.
La maestra Ana decidió que la mejor manera de mostrar la importancia de la inclusión era a través de un juego nuevo que se llamaba "El Jardín de Todos". En este juego, cada uno debía encontrar una forma de dar su mejor talento al grupo, y así, ayudar a los demás a brillar.
"Pero yo no sé jugar con él, no hay juegos para que él participe", dijo Facundo.
Tomás, que había escuchado la conversación, se acercó y les dijo:
"Yo puedo contar historias hermosas y hacer que todos se rían. También puedo ayudar a crear estrategias para jugar juntos. Solo necesitamos ser creativos".
Facundo se cruzó de brazos y dijo:
"Pero, ¿por qué no hacemos juegos que solo son para nosotros?"
Ana, escuchando esto, explicó:
"Facundo, ¿alguna vez te has puesto a pensar que si creamos espacios donde todos puedan participar, nuestro juego será mucho más divertido?"
Luego, sugirió que cada grupo debía elegir un compañero con quien no solían jugar.
"Así conoceremos nuevas formas de divertirnos y podremos hacer un juego que tenga espacio para todos", dijo.
Facundo se sintió incómodo, pero, con la presión de sus amigos, finalmente aceptó. Al ver que Tomás se unía a nuestro grupo, comenzó a reirse y hacer bromas, pero después de un rato, su risa se desvaneció.
Cuando comenzaron a jugar, Facundo se dio cuenta de que Tomás tenía muchas ideas geniales y que sus historias hacían que el juego fuera incluso más emocionante:
"¡Luzverde! », dijo Tomás, y todos debían congelarse en sus posiciones.
Facundo dejó de reirse y, en vez de eso, sonrió.
"¡Es genial, Tomás!"
A medida que avanzó la jornada, muchos no sólo empezaron a aprender a jugar con Tomás, sino también a compartir y disfrutar de sus historias.
Unos días después, la maestra Ana les propuso un desafío: formar un equipo de trabajo para realizar un mural sobre la importancia de la amistad e inclusión.
"Vamos a incluir ideas de todos, incluso las de Tomás", sugirió Ana.
Facundo se sintió un poco ansioso:
"¿Y si no le gustan mis ideas?" preguntó, dándole un tintineo a su voz.
Pero al trabajar juntos, le resultó fascinante ver cómo cada uno complementaba y ayudaba con los talentos de los otros.
Cuando el mural estuvo terminado, reflejaba un verdadero arcoíris de colaboración. Tomás había pintado una parte con sus amigos y, al verlo, estaba emocionado.
"Miren cómo tenemos un jardín lleno de varias flores. Cada una de distinta y hermosa".
Facundo, mirando el mural, sonrió.
"No puedo creer que esto lo hicimos juntos. Gracias, Tomás. Me ayudaste a ver lo que me estaba perdiendo".
Así, la jornada de inclusión no solo fortaleció la amistad entre los niños, sino que también enseñó a Facundo y a los demás la importancia de valorar las diferencias y unir talentos.
Con el tiempo, el jardín de Arcoíris se convirtió en un lugar donde todos aprendieron a jugar y a cuidarse mutuamente, reflejando que, juntos, siempre brilla más. De esta manera, Tomás encontró su lugar y Facundo su verdadera amistad con todos.
Y así, el pequeño pueblo de Arcoíris se volvió un ejemplo de inclusión para todos los que lo rodeaban.
Desde entonces, la frase que los niños siempre recordaban era:
"En nuestro jardín, cada flor es única y cada brillo es especial".
FIN.