El Jardín de Vicky y el Gato de Víctor
Era una mañana soleada en el barrio de Villa Esperanza. Vicky, una niña con una gran pasión por las flores, cuidaba de su jardín de rosas blancas con muchísimo esmero. Cada rosa era como un pequeño tesoro, y Vicky se sentía orgullosa de mostrarlo a todos sus amigos.
Pero había un inconveniente: el gato de su vecino Víctor, un travieso felino llamado Tomás, tenía un particular amor por jugar entre las flores de Vicky. Cada vez que su dueño lo dejaba salir, Tomás saltaba de un lado a otro, rompiendo las rosas blancas una y otra vez.
- “¡Ay, Tomás, no! ¡Deja mis rosas, por favor! ” - gritaba Vicky cuando lo veía llegar corriendo.
Al principio, Vicky se enojaba mucho. Nunca entendía por qué Víctor no cuidaba mejor a su gato. Un día, cansada de la situación, decidió que debía hacer algo al respecto.
Con una determinación en su mirada, Vicky se acercó a la casa de Víctor.
- “¡Hola, Víctor! ” - lo saludó con un tono serio. - “Tu gato está arruinando mi jardín otra vez. ¡Ya no puedo soportarlo! ”
Víctor, que conocía bien a su gato, se rió con un guiño.
- “Lo siento, Vicky. Tomás sólo quiere jugar. Pero tengo una idea, ¿por qué no intentamos hacer que se divierta en otro lado? ”
Intrigada, Vicky escuchó con atención. Víctor le propuso crear un espacio especial en su jardín para que Tomás pudiera jugar.
- “Podríamos hacer un circuito de obstáculos para que salte y corra. Así no tendrá que venir a tu jardín” - sugirió Víctor, causando que Vicky sonriera un poco.
- “No sé... Friendo a un gato siempre me pareció un poco loco…” - dijo dudando.
- “Vení, será divertido. Podemos trabajar juntos. Así te aseguro que mis rosas estarán a salvo” - insistió Víctor.
La idea comenzó a entusiasmar a Vicky. Mientras más lo pensaba, más le gustaba. Al día siguiente, comenzaron a recolectar materiales: cajas de cartón, tubos de papel higiénico, y algunas maderas que encontró su papá en el garaje. Juntos, armaron un emocionante circuito lleno de obstáculos, rampas y túneles.
Cuando lo terminaron, lo decoraron con cintas de colores y algunas de las flores que le quedaban a Vicky. Finalmente, llegó el tan esperado momento de presentar la nueva atracción a Tomás.
- “¡Tomás, ven a ver esto! ” - Vicky lo llamó, y el gato, curioso, se acercó rápidamente.
- “¡Mirá lo que hicimos para vos! ” - exclamó Víctor.
Tomás, moviendo su cola con entusiasmo, comenzó a saltar y correr por el circuito. A Vicky y a Víctor les alegraba ver lo feliz que estaba, y lo mejor de todo, ¡no rompió ninguna rosa!
Día tras día, Tomás seguía jugando en su nuevo lugar, y el jardín de Vicky florecía como nunca. Las rosas blancas crecían aún más hermosas, y la amistad entre Vicky y Víctor creció de la misma manera. Cada tarde, después de hacer sus tareas, se juntaban a jugar con Tomás y cuidaban juntos el jardín.
Un día, Vicky se dio cuenta de que había aprendido una gran lección: a veces, los problemas pueden solucionarse de formas inesperadas. En vez de enojarse, había fomentado la creatividad y la colaboración.
- “No voy a enojarme más con Tomás” - dijo con una sonrisa. - “Fue sólo un gato tratando de jugar. ¡Ahora tenemos un amigo! ”
Y así, con el tiempo, el jardín de Vicky no solo fue un lugar de hermosas rosas blancas, sino también un espacio donde la amistad floreció entre los niños y Tomás, el gato travieso. Siempre recuerdan esa historia como un ejemplo de cómo, en lugar de pelear, es mejor encontrar soluciones juntos. Y, de vez en cuando, Tomás aún saltaba por el jardín de rosas, pero ahora Vicky le sonreía y lo dejaba ser feliz.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.