El Jardín del Alma Virtuosa
En un pequeño pueblo llamado Alegría, había un jardín mágico conocido como El Jardín del Alma Virtuosa. Todos los niños y niñas del lugar sabían de su existencia, pero solo aquellos con corazones bondadosos podían ingresar. Este jardín no era como ninguno otro: sus flores brillaban con colores vibrantes y sus árboles susurraban secretos de sabiduría.
Un día, mientras jugaban en el parque, dos amigos, Sofía y Mateo, se encontraron con una anciana que parecía perdida. Llevaba un sombrero de flores y una capa llena de parches de colores. Sofía, siempre curiosa, se acercó.
- “¿Necesita ayuda, señora? ” - preguntó Sofía, sonriendo.
- “Oh, mis pequeños,” - respondió la anciana, - “busco el Jardín del Alma Virtuosa, pero mi mapa se ha perdido. Necesito encontrarlo para sembrar semillas de alegría.”
Mateo, que era un poco más escéptico, se cruzó de brazos.
- “¿Y por qué deberíamos ayudarla? No sabemos si es real.”
- “Porque siempre es bueno ayudar a otros,” - contestó Sofía, - “Quizás el jardín nos recompense por nuestra bondad.”
La anciana sonrió amplia y misteriosamente.
- “La bondad es la llave para desbloquear el jardín. Sigan mi camino, y verán.”
Los dos amigos decidieron acompañarla. Caminando por un sendero cubierto de hojas, la anciana les fue contando historias sobre actitudes bondadosas que habían hecho cosas maravillosas.
- “Una vez, un grupo de niños ayudó a una ardilla a encontrar su hogar y, a cambio, el bosque les otorgó un día lleno de aventuras,” - narró la anciana, mientras sus ojos brillaban con emoción.
De repente, el camino se bifurcó. A la izquierda había un puente que parecía frágil, mientras que a la derecha había un camino oscuro con sombras inquietantes.
- “¿A dónde vamos? ” - preguntó Mateo.
- “Hacia donde tu corazón lo decida,” - dijo la anciana, sonriendo nuevamente.
Sofía, valiente, tomó la delantera.
- “Yo creo que debemos ir por el puente. Si está oscuro, quizás encontremos algo bueno en la luz.”
Así que cruzaron el puente, y aunque crujía, sintieron que estaban haciendo lo correcto. Más allá, encontraron un grupo de animales tristes. Un conejo lloraba, un loro lamentaba y un ratón se escondía detrás de una roca.
- “¿Qué les sucede? ” - preguntó Sofía, preocupada.
El conejo, entre sollozos, respondió:
- “No tenemos suficiente comida, y el invierno se acerca.”
Mateo miró a Sofía, y juntos decidieron ayudar.
- “Podemos buscar comida,” - propuso Mateo.
La anciana asintió - “La unidad y el trabajo en equipo generarán magia.”
Sofía y Mateo, junto con los animales, se pusieron manos a la obra. Buscaron frutos, nueces y también compartieron los bocados que llevaban en sus mochilas. Pronto, todos estaban alimentados y alegres. Los rostros de los animales se iluminaron y la tristeza se desvaneció.
- “Gracias, amigos. Ahora sentimos la alegría nuevamente,” - dijo el loro, volando por encima de ellos.
Justo cuando estaban a punto de seguir el camino, la anciana levantó una mano.
- “¡Miren eso! ” - exclamó, mirando con asombro un destello de luz en la distancia.
Siguieron el resplandor y pronto se encontraron frente a una puerta grande y brillante, decorada de flores.
- “¡Es el Jardín del Alma Virtuosa! ” - grito Sofía, con alegría.
- “¿Estamos listos para entrar? ” - preguntó Mateo, emocionado.
- “Recuerden, solo los de alma virtuosa pueden pasar,” - advirtió la anciana.
Los niños miraron al grupo de animales y, juntos, tomados de la mano, cruzaron la puerta. Al instante, el jardín se iluminó con colores que nunca habían visto. Los árboles danzaban y las flores cantaban.
- “¡Es hermoso! ” - exclamó Sofía mientras giraba en círculos de felicidad.
De repente, una flor resplandeciente se acercó a Sofía y Mateo.
- “Gracias por su bondad. Ustedes han sembrado alegría en nuestros corazones,” - dijo la flor con voz suave.
- “¿Podemos venir a ayudar más a menudo? ” - preguntó Mateo, lleno de entusiasmo.
La flor sonrió, dándoles la bienvenida.
- “Sí, cada vez que encuentren a alguien en necesidad, el jardín estará abierto para ustedes.”
Desde ese día, Sofía y Mateo se convirtieron en los guardianes del Jardín del Alma Virtuosa. Aprendieron que la bondad no solo abría puertas, sino que llenaba el mundo de luz y colores. Se comprometieron a siempre ayudar a otros, sabiendo que el verdadero tesoro estaba en la amistad y en el amor hacia los demás.
FIN.