El Jardín del Corazón



En un pequeño edificio de Buenos Aires, vivía una niña de doce años llamada Sofía. Sofía tenía una vida un poco complicada. En el primer piso vivía con su abuela, a quien adoraba y con quien compartía historias y risas. Pero en el segundo piso estaba su madre, Mariela, quien había elegido vivir con su nuevo esposo y su pequeño hermano, Lucas. Sofía no podía entender por qué su madre había tomado esas decisiones y eso le causaba dolor.

Cada mañana, Sofía se despertaba con un nudo en el estómago. Sabía que tenía que subir al segundo piso, y aunque a veces su madre intentaba hablar con ella, Sofía no podía evitar cerrarse.

"¡No quiero hablar contigo!" - le gritó un día, mientras se vestía para ir a la escuela.

Mariela, con tristeza en sus ojos, solo suspiró.

Sofía se sentía sola y su frustración la llevaba a actuar de forma agresiva en la escuela. Con sus compañeros, no lograba hacer amigos, y siempre se mantenía al margen de las actividades.

Un día, su maestra, la señora Elena, notó que algo no iba bien. Durante la hora de arte, intentó acercarse a Sofía.

"Sofía, ¿quieres unirte al grupo? Haremos un mural para el Día de la Amistad" - propuso la señora Elena.

"No me interesa. Dejen de molestarme" - respondió, cruzando los brazos.

La señora Elena no se rindió. Ella conocía el poder del arte como medio de expresión y entendía que Sofía necesitaba un empujón especial.

"Entiendo que estés molesta, pero si quieres, podrías pintar solo un rincón del mural. Cada parte cuenta, y de alguna manera, se volverá un reflejo de todos nosotros" - sugirió la maestra.

Sofía la miró con desconfianza, pero algo en la propuesta la intrigó.

"¿Puedo pintar algo que me represente?" - preguntó suavemente, como si se atreviera a soñar.

"Por supuesto. Eso es lo más importante" - respondió la señora Elena.

Y así, Sofía comenzó a participar en el mural. Decidió pintar un jardín, lleno de flores de colores, que representaban todos los sentimientos que tenía en su corazón. Cada color significaba algo único: el rojo por la rabia, el amarillo por los momentos alegres con su abuela, y el azul por su tristeza cuando pensaba en su madre.

Durante las siguientes semanas, Sofía se dedicó a su rincón del mural. La sensación de crear fue sanadora, y poco a poco, comenzó a abrirse hacia sus compañeros. Preguntó a unos pocos si podían ayudarla a seleccionar los colores y, sorprendentemente, recibió respuestas positivas.

"¡Me encanta el azul!" - comentó un chico llamado Tomás.

"¿Te gustaría ayudarme con las flores?" - propuesto Sofía, sintiendo un destello de conexión.

Con el tiempo, ese grupo se volvió más unido y Sofía empezó a disfrutar de su compañía.

Un día, mientras trabajaban en el mural, Sofía se sintió lo suficientemente segura para hablar sobre su madre.

"A veces, me siento enojada porque tengo la sensación de que mi mamá no me quiere desde que se juntó con su nuevo marido" - confesó Sofía, mirando hacia el suelo.

Los chicos la escucharon atentamente.

"Yo lo entiendo, a veces me siento olvidado por mis papás" - comentó Valentina.

Con esas palabras, Sofía se dio cuenta de que no estaba sola. Todos estaban atravesando sus propias batallas.

Después de semanas de trabajo, el mural finalmente fue inaugurado. Sofía se sintió orgullosa al ver todo su esfuerzo, pero lo que más la emocionó fue mirar a su alrededor y ver a sus compañeros riendo y disfrutando juntos.

Más tarde, como un acto de valentía, decidió hablar con su madre. Subió al segundo piso y tocó la puerta.

"Mami, ¿puedo hablar contigo?" - la voz de Sofía sonaba nerviosa, pero decidida.

Mariela abrió con una sonrisa, y por fin, la puerta al diálogo se abrió también. Esa conversación familiar fue el principio de un nuevo entendimiento entre ellas.

A partir de ese momento, Sofía y su madre iniciaron un viaje donde aprendieron a expresarse. Sofía ya no se sentía sola y, poco a poco, logró dejar de lado la agresividad.

Ese año, el mural se volvió un símbolo de amistad, amor y crecimiento. Sofía aprendió que, aunque las cosas no siempre salgan como uno quiere, siempre hay una oportunidad para sanar y florecer como un hermoso jardín.

FIN.

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