El Jardín Mágico


Había una vez, en un pequeño jardín de la ciudad de Buenos Aires, una lombriz llamada Lola. Lola vivía felizmente bajo el suelo, ayudando a mantenerlo sano y fértil.

Un día soleado, mientras Lola se encontraba trabajando duro cavando túneles y descomponiendo restos orgánicos, escuchó un ruido extraño proveniente de arriba. Al asomarse con curiosidad, vio a un niño llamado Mateo jugando en el jardín.

Lola se acercó lentamente hacia Mateo y le dijo: "¡Hola! Soy Lola, la lombriz del suelo. ¿Qué estás haciendo aquí?"Mateo miró sorprendido a la pequeña lombriz y respondió: "¡Wow! Nunca había conocido a una lombriz antes. Estoy jugando con mis autos de carreras en este terreno".

Lola sonrió y le explicó: "Sabes, los suelos son muy importantes para nosotros los seres vivos. Nosotros nos encargamos de descomponer los restos orgánicos como hojas caídas o frutas podridas para convertirlos en nutrientes que las plantas necesitan para crecer fuertes".

Mateo quedó fascinado por lo que Lola le contaba y preguntó: "¿Puedo ayudarte a cuidar el suelo?"Lola emocionada respondió: "¡Claro que sí! Podemos hacerlo juntos.

Te enseñaré cómo crear una compostera casera donde podrás depositar tus restos orgánicos como cáscaras de frutas o verduras". Así comenzaron Mateo y Lola a trabajar juntos. Mateo construyó una pequeña compostera con un balde y perforó agujeros en la tapa para que el aire pueda circular.

Lola le mostró cómo ir agregando los restos orgánicos y cómo revolverlos de vez en cuando. Días después, Mateo notó que la tierra de su jardín se veía más oscura y rica en nutrientes.

Las plantas comenzaron a crecer más fuertes y saludables, llenando el jardín de colores vivos. Un día, mientras Lola estaba cavando un túnel junto a Mateo, encontraron algo brillante enterrado bajo la tierra. Era una moneda antigua.

Mateo exclamó emocionado: "¡Lola! ¡Encontramos un tesoro enterrado!"Lola rió divertida y le explicó: "No es un tesoro real, pero es algo especial. Esta moneda nos enseña que cuidar del suelo puede tener recompensas inesperadas".

Desde ese día, Mateo y Lola continuaron cuidando el suelo juntos, educando a sus amigos sobre la importancia de no usar químicos dañinos y promoviendo prácticas sostenibles en su comunidad.

Y así, gracias al trabajo incansable de Lola y la colaboración de Mateo, el pequeño jardín floreció convirtiéndose en un lugar hermoso donde todos aprendieron a valorar el poder del suelo y las maravillas que pueden ocurrir cuando trabajamos juntos por un objetivo común.

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