El Jardín Mágico de María



Era una mañana soleada en el pequeño pueblo de Rosario, donde los niños jugaban en las plazas y las flores del jardín de María comenzaban a florecer. María era una niña de ocho años, con ojos color avellana y una cabellera rizada que parecía un desierto de caminos. Su sonrisa iluminaba el lugar y su risa era como el canto de los pájaros en primavera. María pasaba horas cuidando su jardín, un pequeño espacio lleno de plantas y flores de colores vibrantes a la que consideraba su lugar especial.

Un día, mientras regaba sus flores, escuchó un susurro en el aire. Miró a su alrededor y vio a su amigo Lucas, un niño de nueve años, alto y delgado, con una gran curiosidad que brillaba en sus ojos azules.

"María, ¿escuchaste eso?" - preguntó Lucas, acercándose con cautela.

"Sí, ¿qué creés que es?" - respondió María, intrigada.

Decididos a descubrir el misterio, ambos amigos se adentraron en un pequeño sendero que conducía al fondo del jardín, donde un gran árbol de durazno se erguía. Las ramas del árbol se movían suavemente, y de repente, una pequeña hada apareció ante ellos, brillando con una luz resplandeciente.

"Hola, soy Flor, el hada del jardín. He estado esperando por ustedes" - dijo, revoloteando a su alrededor.

María y Lucas estaban asombrados.

"¿Un hada? ¡Esto es increíble!" - exclamó María, estirando la mano con curiosidad.

"Sí, y tengo un gran problema. Mi jardín, el Jardín de los Sueños, ha perdido su magia porque los niños del pueblo se han olvidado de soñar" - explicó Flor, con una mirada triste.

Lucas se sintió conmovido. "¿Hay algo que podamos hacer para ayudar?" - preguntó, buscando un plan que pudieran implementar.

"Sí, deben ayudarme a recordarles a todos lo importante que es soñar, más allá de las dificultades" - respondió Flor.

María y Lucas se miraron. Estaban decididos a ayudar.

"Vamos a organizar un festival de los sueños en el pueblo" - sugirió María con entusiasmo.

"Sí, podemos invitar a todos a compartir sus sueños y hacer actividades divertidas" - agregó Lucas.

De inmediato, comenzaron a trabajar. Prepararon carteles de colores, hicieron invitaciones y comenzaron a hablar con otros niños del pueblo. La noticia del festival se esparció rápidamente y la emoción creció entre los más pequeños.

El gran día llegó y el jardín de María se convirtió en un paraíso lleno de risas, música y color. El aroma de las flores impregnaba el aire y las caras de todos mostraban pura alegría.

"¡Mirá cómo vienen todos!" - gritó María, abrazando a Lucas.

"Sí, esto es genial. Pero, ¿y si se olvidan de soñar después de hoy?" - planteó Lucas, preocupado.

"No lo harán, Lucas. Vamos a compartir historias y tareas que los inspiren" - respondió María.

Durante el festival, cada niño se turnó para compartir sus sueños. Uno soñaba con ser astronauta, otro quería ser artista. María incluso hizo un mural donde todos podían plasmar sus sueños.

"Mirad este mural, es hermoso. Todos tenemos sueños únicos" - dijo Flor, emocionada al ver cómo el Jardín de los Sueños recuperaba su magia.

"¿Ves, Lucas? ¡No hay que olvidarse de soñar!" - aseguró María, saltando de alegría.

A medida que el sol comenzaba a ocultarse, una luz especial rodeó el jardín.

"Gracias, niños. Hoy han hecho algo maravilloso. Ahora, el Jardín de los Sueños volverá a brillar gracias a ustedes" - dijo el hada mientras sus alas destellaban.

Todos se sintieron felices y comprendieron que cada uno tiene un sueño que vale la pena compartir.

"Prometamos nunca dejar de soñar" - sugirió Lucas, alzando su mano. Todos los niños levantaron sus manos en señal de compromiso. María sonrió, recordando que los sueños son importantes, siempre.

Y así, el jardín mágico de María no sólo se llenó de flores, sino también de sueños, risas y promesas. Cada vez que los niños volvían a jugar, establecían nuevas metas y compartían sus aspiraciones. Las palabras del hada resonaban en sus corazones: 'Nunca dejen de soñar'. El Jardín de los Sueños se convirtió en el lugar donde todos podían expresar sus deseos más profundos, y la magia nunca volvería a desvanecerse.

Desde ese día, cada año, el pueblo celebraba un festival en honor a los sueños, uniendo a la comunidad en alegría y esperanza. Y cada vez que María regaba sus flores, sabía que allí, en su jardín, la magia siempre viviría.

FIN.

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