El Jardín Mágico de Martín y el Colibrí



Era un día soleado en la ciudad de Buenos Aires. El aire estaba impregnado de ese aroma tan particular a primavera y flores recién abiertas. Martín, un niño curioso de ocho años, estaba jugando en su pequeño jardín cuando, de repente, vio un destello de colores vibrantes: un colibrí.

El colibrí, con su plumaje iridiscente, zumbaba de aquí para allá, buscando néctar entre las flores. El chico lo miró con fascinación.

"¡Wow! Mirá lo que es eso, ¡es hermoso!"- exclamó Martín, acercándose lentamente.

El colibrí notó la presencia del niño, pero en lugar de asustarse, siguió danzando en el aire mientras Martín lo observaba. Atraído por la belleza de esa criatura, el pequeño decidió ayudarlo. "¡Vení! Vení, colibrí!" - gritó el niño, estirando su mano hacia una planta llena de flores coloridas.

Con un movimiento rápido, el colibrí se acercó a Martín, sorprendido. El niño se dio cuenta de que podía guiarlo. "¡Hay muchas más flores en mi jardín! ¡Vamos!" - dijo el niño emocionado, comenzando a caminar hacia el fondo de su casa.

El pequeño siguió las instrucciones de su corazón y corrió hacia el jardín trasero, donde había plantado varias flores con su mamá. El colibrí, curioso, lo siguió. Al llegar, Martín se detuvo, extiende su mano y señala un grupo de flores rojas. "¡Mirá, ahí están! ¡Las más ricas!" - dijo, cada vez más entusiasmado. El colibrí se posó con delicadeza sobre una flor y comenzó a beber el néctar con su largo pico.

"¡Sí, eso! ¡Eso es!" - vitoreó Martín, saltando de alegría. El colibrí parecía disfrutar, moviendo sus pequeñas alas en un zumbido melodioso. Fue un momento mágico, como si el mundo se detuviera y solo existieran ellos dos.

Sin embargo, mientras el colibrí se alimentaba, apareció una nube oscura en el cielo. Martín se dio cuenta de que el viento soplaba cada vez más fuerte.

"¡Oh no! Se viene una tormenta!" - advirtió el niño, preocupado por su nuevo amigo. De repente, el colibrí dejó de alimentarse y miró hacia el horizonte, como sintiendo que algo no estaba bien.

"No, colibrí, no te vayas... ¡Quedate aquí!" - rogó Martín, preocupado. No quería perder a su amigo tan rápido. En ese momento, el niño recordó que su mamá había plantado un viejo refugio en el jardín, una especie de casa de madera decorada con colores vibrantes que hacía años no usaban.

"¡Vamos, vení!" - le dijo al colibrí, corriendo hacia la pequeña casita. El colibrí, sin dudar, lo siguió y se refugió junto a él en el interior.

La tormenta comenzó a desatar su furia. Las gotas de lluvia caían con fuerza, pero dentro de la casa el ambiente era cálido y seguro. Martín observaba al colibrí, que temía un poco al estruendo del trueno. "No te preocupes, amigo. Aquí estarás a salvo..." - le decía, intentando calmarlo como a un compañero.

Pasaron los minutos y la tormenta fue disminuyendo. Cuando al fin el sol volvió a brillar, Martín salió de la casita, llevando al colibrí con él. "¡Mirá, ya pasó!" - exclamó, sonriente. El colibrí, que ya había recuperado la calma, comenzó a volar en círculos, como si estuviera agradeciendo a su pequeño amigo por haberlo protegido.

"¡Gracias, colibrí! ¡Eres el mejor!" - gritó Martín, mirando cómo el colibrí se perdía entre el cielo azul. En ese momento, el niño comprendió que a veces, un simple acto de amistad puede hacer que los momentos difíciles sean más llevaderos.

Desde ese día, cada vez que Martín veía un colibrí, sabía que tenía un amigo en el cielo. Aprendió a cuidar los jardines y a plantar flores para atraer a más colibríes. Así, su jardín se convirtió no solo en un refugio para los pájaros, sino también en un lugar lleno de magia y alegría, donde la amistad florecía junto con las flores.

Y así Martín y el colibrí compartieron su conexión mágica, recordándose que en cada rincón hay algo por descubrir y proteger, desde los pequeños seres hasta cada pequeño gesto en la vida.

Fin.

FIN.

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