El Jardín Mágico de Mateo



Había una vez un niño llamado Mateo, que vivía en un pequeño pueblo rodeado de altas montañas y verdes colinas. Todos los días, después de la escuela, corría a su patio trasero, que era su lugar favorito. Allí, había un viejo árbol con grandes ramas que se extendían como manos hacia el cielo.

Un día, mientras exploraba su patio, Mateo decidió que quería conocer a los animales que vivían en la selva que estaba más allá de su hogar. Gracias a su gran imaginación, se sentó en el tronco del árbol y comenzó a soñar.

"Ojalá pudiera volar como los pájaros y ver el mundo desde arriba", dijo Mateo mirando las nubes.

De repente, una suave brisa comenzó a soplar y las hojas del árbol comenzaron a susurrar.

"¿Quién está ahí?" preguntó Mateo, asombrado.

"Soy el Viento, Mateo. He escuchado tu deseo. Si quieres, te llevaré a un lugar muy especial, pero debes estar preparado para aprender cosas nuevas", respondió la voz etérea.

Mateo, emocionado, asintió con la cabeza. En un abrir y cerrar de ojos, se sintió ligero como una pluma y, ¡zas! , voló por encima de los árboles. Vio un vasto mar de verde y colores brillantes. Había plantas de todas formas y tamaños, y los animales se movían con gracia.

Pronto, Mateo se encontró en medio de la selva. El Viento lo dejó suavemente sobre un claro iluminado por el sol. Allí, un grupo de animales curiosos lo rodeó. Había un loro multicolor, un mono travieso y un jaguar tranquilo.

"¡Hola! Soy Lora, ¿quieres jugar?" dijo el loro desde una rama alta.

"Soy Mono, ¡ven a saltar conmigo!" agregó el mono, haciéndose un ovillo en sus colas.

Mateo no podía contener la risa mientras saltaba y jugaba con ellos, hasta que un misterioso ruido los hizo detenerse.

"¿Qué fue eso?" preguntó el jaguar, mirando hacia el espesor de los árboles.

"Tal vez sea algo peligroso...", murmuró Lora.

"No hay que tener miedo, chicos. Vamos a investigar juntos", sugirió Mateo con valentía.

Con el corazón latiendo rápido, el grupo se acercó al origen del sonido. Al llegar, encontraron un pequeño zorro atrapado en un arbusto, tratando de liberarse. Mateo se agachó y sus ojos se llenaron de compasión.

"¡Pobrecito! No podemos dejarlo así. Tenemos que ayudarlo", dijo Mateo.

"Pero, ¿y si está asustado?" comentó Mono, preocupado.

"Podemos hablarle y mostrarle que estamos aquí para ayudar", insistió Mateo.

Así, se acercaron al pequeño zorro con cuidado.

"Hola, amiguito, no te preocupes, vamos a ayudarte. ¿Te gustaría que te liberáramos?" preguntó Mateo con dulzura.

El zorro, con miedo en sus ojos, asintió lentamente. Con mucho cuidado, Mateo y sus amigos lograron liberar al zorro del arbusto. Al estar libre, el zorro movió su cola y, agradecido, sonrió.

"¡Gracias! Soy Zorrito. No sabía cómo salir de ahí", dijo el pequeño.

"Estamos felices de ayudarte, amigo", respondió Mateo con una gran sonrisa.

Desde ese día, Mateo aprendió la importancia de la empatía y el trabajo en equipo. Se despidió de sus nuevos amigos, prometiendo regresar al jardín mágico. El Viento lo llevó de vuelta a su patio, y cuando miró hacia arriba, vio las nubes dibujando formas de animales.

"Siempre recordaré que la valentía y la bondad son lo más importante", reflexionó Mateo, contento de haber aprendido una valiosa lección en su aventura.

Y así, día tras día, el jardín no solo era un lugar de juego, sino un rincón lleno de sueños e historias. Mateo nunca dejó de creer que, con un poco de imaginación, cualquier día podría ser una nueva aventura.

Desde entonces, a menudo miraba hacia la selva y pensaba en sus amigos quienes, aunque no estaban físicamente ahí, siempre estarían en su corazón.

FIN.

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