El Jardín Mágico de Sofía
Era un cálido día de primavera cuando Sofía, una niña curiosa de siete años, decidió salir al jardín de su casa. Siempre había querido hacer algo especial con aquel lugar que había estado un poco descuidado. - ¡Hoy es el día perfecto para cuidar mi jardín! - exclamó emocionada, mientras se ataba el cabello en una coleta.
Con una pequeña regadera en una mano y una pala de juguete en la otra, Sofía se acercó a las plantas marchitas. - ¡No se preocupen, amigos! Les traigo un poco de agua y muchos mimos, - les dijo mientras les daba un poco de agua a las flores que estaban a punto de marchitarse.
De repente, un destello de luz apareció cerca de un arbusto. Sofía, intrigada, se acercó más. - ¡Hola! - dijo una voz suave. Era una pequeña hada que brillaba como un rayo de sol. - Soy Lila, el hada del jardín. ¡Gracias por cuidarnos!
- ¡Eres un hada! - exclamó Sofía, con los ojos muy abiertos. - ¿Cómo puedo ayudarte a que el jardín vuelva a ser hermoso?
Lila sonrió y respondió: - Necesitamos agua, tierra rica y un poco de amor. Pero también necesitamos que encuentres algo especial en el jardín que nos dé poder.
Sofía se sintió emocionada. - ¡Voy a buscarlo! - gritó. Empezó a cavar con su pala y, tras un rato, encontró una caja antigua llena de semillas raras.
- ¡Mira lo que encontré! - dijo Sofía. - ¿Qué hacemos con estas semillas?
- Estas son semillas mágicas, - explicó Lila. - Plántalas en la tierra y, con un poco de agua y cuidado, florecerán plantas maravillosas.
Sofía siguió las instrucciones de Lila y comenzó a plantar las semillas en hileras. A medida que vaciaba la caja, algo peculiar sucedió. Las semillas brillaban con un tono dorado cada vez que tocaban la tierra.
- ¡Esto es increíble! - gritó Sofía con alegría. Pero justo cuando pensaban que todo iba bien, una nube oscura cubrió el cielo y empezó a llover muy fuerte. - ¡Oh no! - preocupó Sofía. - ¡Las semillas mágicas se van a ahogar!
- No te preocupes, Sofía, - calmó Lila. - Debemos hacer que el agua fluya.
Las dos se pusieron a trabajar. Sofía hizo canales en la tierra para que el agua pudiera escapar y no llenara todo el jardín. - ¡Vamos, aguas! - dijo Sofía. - ¡Salgan del jardín!
Trabajando juntas, Lila y Sofía lograron desviar el agua. Cuando la lluvia paró, Sofía respiró aliviada. - ¡Lo hicimos! - exclamó. - Pero… ¿y las semillas?
De pronto, el suelo comenzó a vibrar y, en un abrir y cerrar de ojos, comenzaron a brotar bellas flores de colores vibrantes. - ¡Mira! - gritó Lila. - ¡Son hermosas!
Sofía no podía creer lo que veía. Las flores no sólo eran bellas, sino que también eran de formas y colores nunca antes vistos. - ¡Son mágicas!
- ¡Y todo gracias a tu esfuerzo y cuidado! - dijo Lila orgullosa.
Desde aquel día, Sofía visitaba su jardín cada día después de la escuela. Aprendió a cuidar las flores, sembrar nuevas semillas y hasta cuidar de pequeños insectos que ayudaban a las plantas. Lila siempre estaba a su lado, guiándola y compartiendo risas.
Un día, mientras cuidaba las plantas, Lila le dijo: - Sofía, un jardín es como nosotros, necesita amor y atención para crecer. Cuando cuidas de él, también te cuidas a ti.
Sofía sonrió y, mirándose en un pequeño estanque, entendió que su jardín mágico era un reflejo de lo que llevaba en su corazón.
Así, cada primavera, Sofía y Lila, el hada del jardín, seguían cuidando su pequeño rincón del mundo, llenándolo de amor, magia y muchas flores hermosas que alegraban la casa y a todos quienes pasaban. Y así, el jardín siguió siendo un lugar mágico donde la amistad y la naturaleza florecían juntas.
Y Sofía se convirtió en una gran jardinera, enseñándole a sus amigos y familiares lo importante que es cuidar de la naturaleza, porque en ella se encuentra la verdadera magia de la vida.
FIN.