El Jardín Mágico del Gigante Felipe



Érase una vez un gigante llamado Felipe que vivía en un castillo encantado. En lo alto de una colina, rodeado de árboles y flores, tenía un maravilloso jardín donde los niños del pueblo solían jugar y divertirse.

Los días eran siempre soleados y cálidos en el jardín del gigante Felipe. Los niños reían, saltaban y se escondían entre los arbustos.

Pero había algo especial en este jardín: cada vez que un niño jugaba allí, crecía más fuerte, más inteligente y más valiente. Un día, llegó al pueblo una noticia triste: el gigante Felipe estaba enfermo y no podía cuidar más de su jardín.

Los niños se entristecieron al enterarse de esto porque sabían que si el jardín era descuidado, perderían la oportunidad de crecer y aprender. Entonces decidieron hacer algo para ayudar al gigante Felipe. Se reunieron en secreto y planearon una sorpresa para él.

Cada niño traería algo especial para arreglar el jardín mientras él descansaba. El día llegó y los niños entraron sigilosamente al castillo del gigante Felipe. Con escobas, rastrillos y regaderas en mano, comenzaron a limpiar las hojas caídas y a regar las plantas sedientas.

Mientras trabajaban duro para revivir el jardín, escucharon pasos acercándose. Era el gigante Felipe saliendo por la puerta principal con lágrimas en los ojos. - ¡Qué sorpresa tan hermosa! - exclamó emocionado-.

Nunca pensé que alguien se preocuparía por mí y mi jardín. Los niños sonrieron y le explicaron que ellos también necesitaban el jardín para crecer y aprender.

Le dijeron lo importante que era para ellos tener un lugar donde jugar y divertirse, pero también donde aprender valores como la amistad, el trabajo en equipo y el cuidado de la naturaleza. El gigante Felipe se sintió muy conmovido por las palabras de los niños.

Comprendió lo valioso que era su jardín no solo para él, sino también para toda la comunidad. Desde ese día, el gigante Felipe trabajó junto a los niños para mantener el jardín en buen estado. Juntos plantaron nuevas flores, construyeron columpios y colocaron bancos para sentarse a descansar.

Con el tiempo, más niños del pueblo se sumaron al grupo. El jardín del gigante Felipe se convirtió en un lugar mágico donde todos podían crecer y aprender mientras jugaban.

Y así, gracias al esfuerzo conjunto de los niños y el gigante Felipe, el castillo encantado se llenó de risas nuevamente. Los juegos continuaron en ese maravilloso jardín donde cada niño encontraba su propia magia para crecer felizmente.

FIN.

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