El jardín marchito


Había una vez una hermosa flor llamada Margarita que vivía en un jardín muy colorido. Todos los animales del lugar la admiraban por su belleza y fragancia.

Pero había uno que no estaba tan contento con ella, y era un pequeño gusano llamado Ernesto. Ernesto siempre se sentía celoso de Margarita porque todos parecían olvidarse de él cuando ella estaba cerca.

Esto hizo que Ernesto se llenara de envidia hacia la flor y comenzara a buscar la manera de llamar la atención. Un día, mientras Margarita disfrutaba del sol, Ernesto decidió acercarse a ella para hacerle una broma. Se deslizó hasta sus raíces y comenzó a tironearlas sin que nadie lo notara.

La pobre Margarita sintió mucho dolor y empezó a marchitarse lentamente. Al ver lo que había hecho, Ernesto se dio cuenta de su error y sintió mucha tristeza por haber lastimado a alguien solo por envidia.

Decidió buscar ayuda para intentar salvar a Margarita antes de que fuera demasiado tarde. Corrió hasta el estanque donde vivía Rafa, un sapito muy sabio al cual acudían todos los animales cuando necesitaban consejo. "Rafa, necesito tu ayuda urgente", dijo Ernesto preocupado.

"¿Qué te pasa, amiguito?", preguntó Rafa con ternura. Ernesto le contó todo lo sucedido con Margarita y cómo se sentía culpable por haberla lastimado solo por celos.

Rafa escuchaba atentamente cada palabra y luego le dio un consejo valioso: "La envidia y los celos nunca nos llevan a buen puerto, Ernesto. Lo importante es aprender a valorar nuestras propias cualidades y aceptar que cada uno tiene su belleza única".

Ernesto asintió con la cabeza y decidió seguir el consejo de Rafa. Juntos regresaron al jardín, donde Margarita se encontraba cada vez más marchita. Ernesto se acercó a ella y le pidió disculpas de todo corazón. "Lo siento mucho, Margarita.

Me dejé llevar por los celos y te lastimé sin motivo alguno", dijo Ernesto con tristeza. Margariya lo miró con sus ojos entristecidos pero luego sonrió débilmente. "Está bien, Ernesto. Todos cometemos errores, pero lo importante es aprender de ellos", respondió.

Ernesto no se rindió y decidió hacer todo lo posible para ayudarla a recuperarse. Buscó agua fresca para regarla todos los días, protegiéndola del sol abrasador y cuidando sus raíces con mucho amor.

Poco a poco, Margarita comenzó a recobrar su vitalidad gracias a los cuidados de Ernesto. Sus pétalos volvieron a llenarse de color y su fragancia volvió a perfumar el jardín. Desde ese día, Margarita y Ernesto se convirtieron en grandes amigos inseparables.

Compartían momentos divertidos juntos e incluso ayudaban a otros animales del jardín cuando necesitaban apoyo. La historia de Margarita y Ernesto nos enseña que la amistad verdadera puede surgir incluso después de una pelea o desacuerdo.

Aprendieron a perdonarse y valorarse, demostrando que los errores pueden ser oportunidades para crecer y fortalecer los lazos de amistad.

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