El Jardín secreto de María
María era una niña de 9 años que pasaba mucho tiempo sola en casa. Sus padres trabajaban todo el día y nunca se sentaban a preguntarle cómo le iba en la escuela. A veces, María se sentía invisible, como si fuera un árbol en un bosque: siempre presente, pero nunca notado.
Un día, mientras caminaba por el parque después de la escuela, María se encontró con una pequeña puerta escondida detrás de un arbusto. La curiosidad le ganó, y decidió abrirla. El lugar que encontró detrás de la puerta era un hermoso jardín lleno de flores de todos los colores, mariposas revoloteando y un suave canto de pájaros.
"-¡Wow! No puedo creer que esto esté aquí!", exclamó María con los ojos brillando.
Mientras exploraba el jardín, conoció a un pequeño duende llamado Pipo.
"-Hola, ¿quién sos?", preguntó Pipo, sorprendido de ver a una niña en su jardín.
"-Soy María. Vine a explorar y me encantó este lugar", respondió ella con una sonrisa.
Pipo sonrió también y le mostró su jardín. "-Este es un lugar especial, lleno de magia. Cada flor aquí tiene una historia, y yo la cuido. Pero necesito tu ayuda. Estoy un poco triste porque no tengo amigos con quienes compartirlo."
María se sintió identificada. "-Yo también me siento sola a veces. Mis papás no me preguntan sobre mi día, ni cómo me va en la escuela, y me gustaría tener a alguien con quien jugar y hablar."
"-Entonces, haremos un trato", sugirió Pipo. "-Tú me ayudarás a cuidar el jardín y yo te ayudaré a sentirte menos sola. Cada día, contaré una historia de una flor, y tú contarás lo que aprendiste en el colegio. ¿Te parece?"
María asintió emocionada. Desde ese día, cada tarde después de la escuela, corría al jardín secreto. Pipo le contaba historias sobre la flor más roja, que había sido sembrada por una niña que quería ser valiente, y sobre el girasol que siempre sonreía al sol.
María, a su vez, compartía con Pipo lo que había aprendido en la escuela: matemáticas, ciencias y hasta un poco de literatura. Su relación creció, y María comenzó a sentirse más feliz.
Un día, mientras jugaban, Pipo le dijo: "-María, creo que deberías llevar a tus papás a conocer este lugar. Ellos no saben lo especial que eres y cuánto te gustaría que te escucharan. ¿Qué te parece?"
María dudó. "-Pero… ¿y si no les interesa? ¿Y si no les gusta?"
"-Si no lo intentas, nunca lo sabrás. Solo diles que es importante para vos", animó Pipo.
Al siguiente día, María decidió ser valiente. Cuando sus padres regresaron del trabajo, les dijo: "-Papá, mamá, tengo algo muy importante que mostrarles. Deben acompañarme al parque."
Sus padres, intrigados, la siguieron. Cuando llegaron a la pequeña puerta, María tomó coragem y la abrió. Ella los guió por el jardín, y les explicó sobre cada flor y las historias que había aprendido de Pipo.
"-Este lugar significa mucho para mí porque aquí encontré un amigo que me escucha y me ayuda a aprender", dijo María.
Sus padres miraron asombrados y, al ver la felicidad en los ojos de su hija, se sintieron avergonzados. "-Nunca supimos que te sentías así, María. Lo siento mucho", dijo su mamá, abrazándola.
"-A partir de ahora, queremos saber todo sobre tu día en la escuela y sobre tus amigos. Eres muy importante para nosotros. Te prometemos que te escucharemos", agregó su papá.
María se sintió abrumada de felicidad. Con el tiempo, sus padres comenzaron a preguntarle sobre lo que aprendía y a pasar más tiempo con ella. Y así, entre risas y juegos, el jardín dejó de ser su secreto, transformándose en un lugar donde compartían historias en familia.
Con la ayuda de su amigo Pipo, María se dio cuenta de que nunca estaba verdaderamente sola. A veces, los caminos para conectarse con los demás requieren un poco de valentía, pero valen la pena. Así continuó aprendiendo y creciendo, sabiendo que siempre podía contar con sus papás y con la magia de su jardín secreto.
FIN.