El Joven Avaro y la Plata Yvyguy
Había una vez en el corazón de Paraguay, un joven llamado Tadeo. Tadeo vivía en un pequeño pueblo rodeado de frondosos bosques y ríos cristalinos. Desde muy pequeño, Tadeo había aprendido a valorar las cosas materiales por encima de todo. Su mayor deseo era ser rico y famoso.
Un día, mientras paseaba por el bosque, Tadeo escuchó un susurro. Era el viento que hablaba entre los árboles. "Ven, ven a buscar la plata yvyguy"-, decía el eco, llevando su voz hasta los rincones más oscuros del bosque. Tadeo se sorprendió.
- ¿Plata yvyguy? ¿Qué será eso? - se preguntó.
Siguiendo la dirección del sonido, Tadeo se adentró más en el bosque. Después de caminar un buen rato, encontró una pequeña cueva. En su interior, brillaba un tesoro deslumbrante. Había monedas de plata, joyas, y un montón de oro reluciente.
- ¡Soy el más afortunado del mundo! - exclamó Tadeo, contándolas una y otra vez. Sin embargo, la voz del bosque le advirtió: "La plata yvyguy pertenece a los espíritus del bosque. No la tomes, pues ellos se enojarán".
Tadeo ignoró esta advertencia. Su codicia fue más fuerte que su razón. Reunió tantas monedas como pudo y decidió regresar a su casa.
Al llegar a su hogar, se encerró en su habitación y comenzó a contar sus tesoros - ¡Mira, madre! ¡Soy rico! - dijo a su madre, quien solo lo miró con preocupación.
- Tadeo, mi querido, no olvides que el dinero no lo es todo. - le respondió.
Pero el joven, ciego de felicidad, llevó su riqueza al pueblo y comenzó a presumir de su fortuna. - ¡Soy el más poderoso! ¡Nadie puede igualarse a mí! - gritaba por las calles. Sin embargo, cada vez que pasaba un espíritu del bosque, un escalofrío recorría su cuerpo.
Una noche, mientras Tadeo contaba sus monedas bajo la luz de la luna, escuchó un crujido. - ¿Quién anda ahí? - preguntó, con miedo en su voz. De pronto, una sombra apareció frente a él. Eran dos espíritus, con formas vaporosas y ojos centelleantes.
- Tadeo, te hemos estado observando. - dijo uno de los espíritus. - Has tomado nuestra plata yvyguy, y ahora debes pagar por ello.
- Yo... yo solo quería ser rico... - tartamudeó Tadeo, su corazón latiendo con fuerza.
- La riqueza que has deseado no te traerá felicidad. - añadió el segundo espíritu. - Regresala, y aprenderás el verdadero valor de las cosas.
Esa noche, Tadeo no durmió. La culpa y el miedo lo acosaban. En la mañana, decidió nuevamente adentrarse al bosque, con cada paso sintiendo el peso de sus acciones. Al llegar a la cueva, dejó allí todo el oro y la plata que había tomado.
- Lo siento, espíritus. He aprendido mi lección, no volveré a ser codicioso. - dijo Tadeo, con sinceridad en su corazón.
Al regresar al pueblo, Tadeo ya no era el mismo. Aunque tenía las manos vacías, su espíritu estaba ligero. Comenzó a ayudar a los demás y a compartir lo poco que tenía.
Con el tiempo, Tadeo se ganó la confianza y el cariño de su comunidad, y se dio cuenta de que la verdadera riqueza no se mide en monedas, sino en las amistades que haces y en las sonrisas que regalas.
Y así, Tadeo aprendió que no era necesario ser el más rico, sino el más generoso. Desde entonces, cada vez que venía una tormenta o el viento susurraba en el bosque, Tadeo sonreía, recordando a los espíritus y la valiosa lección que le había sido enseñada.
La moraleja de esta historia es clara: en lugar de aferrarte a lo material, busca la riqueza en lo que verdaderamente importa, tus relaciones con los demás y la bondad que ofreces al mundo.
FIN.