El joven que entrenaba BMO



Había una vez un chico llamado Mateo, que vivía en un pequeño barrio de Buenos Aires. Desde que tenía memoria, sentía una gran pasión por el BMX. Cada día, después de hacer sus tareas, se subía a su bicicleta, una vieja BMX que había heredado de su hermano mayor, y se iba al parque a practicar.

Mateo soñaba con ser un gran competidor. Le encantaba hacer acrobacias y saltos. Sin embargo, había un problema: era muy temeroso. Casi siempre se preguntaba:

"¿Y si me caigo? ¿Y si me lastimo?"

Un día, mientras practicaba, conoció a un grupo de chicos que también entrenaban BMX. Eran más grandes y parecían atrevidos. Un chico llamado Nico lo saludó:

"¡Eh, pibe! ¿Te gustaría unirte a nosotros?"

Mateo sintió un nudo en el estómago, pero decidió ser valiente.

"Sí, me encantaría. Pero soy un poco novato."

"No te preocupes. Todos tenemos que comenzar en algún lado. ¡Solo diviértete!" le dijo Sofía, que era la única chica del grupo.

Desde ese día, Mateo se unió a ellos todos los días. Cada vez que practicaban, los otros chicos lo alentaban. Aunque se caía varias veces, siempre se levantaba con una sonrisa y seguía intentando.

Una tarde, mientras todos estaban entrenando, Nico sugirió hacer una competencia amistosa.

"¿Listos para una carrera? ¡El último en llegar a la meta limpia los biciclos!"

Los chicos gritaron de emoción, pero Mateo sentía un oleaje de nerviosismo.

"No sé si podré hacerlo. ¿Y si no llego primero?"

Sofía, al escuchar su duda, lo miró con ternura y dijo:

"Mateo, no importa quién llegue primero. Lo importante es que lo intentes y te diviertas. ¡Eso es lo que vale!"

Mateo decidió que no podía dejar que el miedo lo detuviera, así que se preparó para la carrera. Cuando dio la señal, salió disparado junto con los demás. El viento en su cara era liberador, y se sentía lleno de adrenalina. Pasó varios obstáculos y saltó sobre rampas, sintiendo que podía volar.

Sin embargo, en un momento, uno de los chicos se cayó y Mateo sintió un impulso de ayudarlo. Rápidamente se detuvo y se dio vuelta:

"¡Todo bien! ¿Necesitás ayuda?"

Ese gesto hizo que se le pasara el miedo. A pesar de que no ganó la carrera, se sintió realizado por haber ayudado a su amigo. Mientras volvían, todos lo aplaudieron y lo elogiaron.

"Mateo, ¡sos un verdadero amigo!" le dijo Nico.

Con el paso del tiempo, Mateo fue mejorando en sus trucos. Un día, un famoso competidor de BMX, llamado Lucas, llegó a su barrio para dar una clínica de entrenamiento. Todos estaban muy emocionados.

Cuando llegó al parque, Lucas le lanzó una mirada a Mateo y le dijo:

"He visto tus saltos. Tienes talento. ¿Te gustaría hacer una demostración?"

Mateo se quedó boquiabierto. Salió adelante, nervioso pero decidido. Hizo un salto espectacular y la multitud estalló en aplausos.

"Increíble, pibe. Con más práctica, podrías llegar lejos en este deporte" le dijo Lucas.

Esa noche, Mateo se dio cuenta de que tenía algo especial dentro de él. Lo que había comenzado como un juego de niños se estaba convirtiendo en su gran pasión. Ya no tenía miedo de caerse, porque cada caída era una oportunidad para levantarse más fuerte. A partir de ese momento, buscó nuevas formas de aprender, se inscribió en competencias locales y conoció a otros amantes del BMX en toda Argentina.

Con el tiempo, se convirtió en un gran competidor. Pero lo más importante que aprendió en su camino fue el valor de la amistad y la perseverancia. Siempre alentaba a los que recién comenzaban, recordando cómo se sentía cuando era un principiante. Así se dio cuenta de que el verdadero triunfo no solo se mide por las medallas, sino por las experiencias compartidas y las amistades duraderas. Y así, Mateo siguió entrenando, creciendo y escuchando la voz de su corazón, siempre pedaleando hacia nuevos retos.

FIN.

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