El joven que se levantaba de muy buen humor para ir a la escuela a aprender



Había una vez, en un pequeño pueblo de Argentina, un joven llamado Lucas. Todos los días, Lucas se despertaba con una sonrisa en su cara y una energía contagiosa. Su mamá siempre lo escuchaba cantar mientras se vestía:

"¡Hoy es un día maravilloso, mamá! ¡No puedo esperar para aprender algo nuevo en la escuela!"

"Así se habla, Lucas. Siempre hay algo nuevo que descubrir. ¡Que tengas un gran día!"

Lucas disfrutaba cada momento de su camino hacia la escuela. Caminaba por la vereda, saludando a todos sus vecinos:

"¡Hola, doña Clara! ¡Qué hermoso día!"

"¡Hola, Lucas! Tu energía es contagiosa, querido. ¡Adelante!"

Al llegar al colegio, se encontraba con sus amigos. En la entrada, Martín, su mejor amigo, lo esperaba con una expresión pensativa.

"Hola, Lucas. ¿Qué te pasa? Pareces algo preocupado."

"No sé, Lucas. Me da miedo que la maestra nos hable sobre las divisiones hoy. No creo que lo entienda."

Lucas sonrió y le puso una mano en el hombro.

"No te preocupes, ¡estamos en esto juntos! Si no entendés algo, te lo explicaré. Aprender es mucho más divertido cuando lo hacemos en equipo."

Y así, entraron al aula con mucho entusiasmo. La maestra, la señorita Ana, comenzó la clase con una sorprendente noticia.

"Hoy vamos a aprender sobre las divisiones y, como sorpresa, vamos a hacer un juego. Los dividiré en equipos y cada grupo tendrá que resolver problemas para ganar puntos."

Sorprendidos, los chicos miraron a Lucas y a Martín, quienes sonrieron al comprender que aprender sería algo diferente esa vez. Después de un rato, la señorita Ana explicó cómo funcionaban las divisiones con ejemplos y jugó con el concepto de compartir objetos entre amigos. Lucas levantó la mano.

"Profe, ¿podemos usar caramelos para explicar las divisiones?"

"¡Excelente idea, Lucas!"

Así, la clase se llenó de risas y dulzura. Los chicos estaban tan completamente inmersos en el juego que se olvidaron de que estaban aprendiendo divisiones. Al final de la clase, la señorita Ana se acercó a Lucas.

"Lucas, tenía mis dudas sobre cómo funcionaría el juego, pero gracias a tu propuesta, todos han aprendido dividiendo caramelos. Usaste tu buen humor para ayudar a otros. ¡Eso es un gran talento!"

Al salir de la escuela, Martín se le acercó con una mirada brillosa.

"Luc, ¡no puedo creer que aprendí sobre divisiones hoy! Nunca pensé que podría ser tan fácil y divertido."

"¡Eso es lo que pasa cuando tenemos una buena actitud hacia aprender! ¿Te gustaría seguir practicando en casa?"

"¡Sí! Pero esta vez, ¡con más caramelos!"

Continuaron su camino hablando sobre sus planes de estudio y compartiendo ideas. Desde aquel día, Lucas y Martín se propusieron ayudar a sus compañeros a aprender. No solo se trataba de entender matemáticas, sino también de cómo crear un ambiente divertido y colaborativo en la escuela.

Así, Lucas se convirtió en un instigador de alegría y motivación.

Unos días más tarde, la clase se preparó para una competencia inter-escolar de matemáticas. Lucas y sus amigos decidieron que, más allá de la competencia, irían a disfrutar y compartir su aprendizaje con otros niños.

Esa mañana, Lucas despertó con aún más energía. Estaba decidido a que el día fuera especial.

"Hoy, ¡todos aprenderemos algo nuevo!" dijo mientras se preparaba.

Fue un día lleno de risas y sorpresas. Aunque su equipo no ganó el primer lugar, todos se llevaron a casa el verdadero premio: un sentimiento de comunidad y la alegría de haber aprendido juntos.

Al final del día, la señorita Ana se dirigió a ellos:

"Lucas, Martín, y todos los demás, quiero felicitarles por su actitud y por siempre transmitir su buen humor al aprender. El verdadero triunfo es entender que el aprendizaje es para todos, y ustedes son un gran ejemplo."

Lucas sonrió, y en su corazón supo que, aunque el buen humor no garantizaba que todo fuera fácil, sí aseguraba que cada día en la escuela podría ser una nueva aventura.

Desde entonces, Lucas se convirtió en el "chico de la buena onda" en su escuela, ayudando a todos los que lo necesitaban y enseñándoles que aprender era una magia que siempre debía disfrutarse. Y así, con su actitud, transformó el proceso de aprender en una celebración constante, donde cada día era una nueva oportunidad para descubrir algo maravilloso.

Y así, cada mañana, lucía una sonrisa, y los que lo rodeaban no podían evitar sonreír también. Porque aprender, después de todo, era lo más divertido del mundo.

FIN.

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