El Juego de Erinson en Guna Prieta
Había una vez, en una colorida comunidad llamada Guna Prieta, un niño llamado Erinson Rosario. Siempre lleno de energía y alegría, Erinson pasaba sus días jugando a la pelota con sus amigos en la plaza del barrio, un lugar donde los colores vibrantes de las casas se mezclaban con el sonido de risas y la alegría de los días soleados.
Era una tarde radiante cuando Erinson y su grupo decidieron organizar un concurso de destrezas. El ganador recibiría como premio un delicioso helado en la heladería de Doña Clara, famosa por sus exquisitas creaciones. La emoción era palpable entre los niños.
"¡Yo ganaré!" - exclamó Erinson, manoteando la pelota con entusiasmo.
"¡Pero yo soy el mejor!" - respondió su amigo, Matías, sonriendo desafiante.
Los chicos comenzaron a hacer jugadas espectaculares, mostrando sus habilidades. La plaza se llenó de gritos de aliento.
"¡Mirá cómo driblo!" - decía Valentina, mientras hacía giros y piruetas.
"¡Eso no es nada, miren lo que puedo hacer!" - añadió Joaquín, lanzando la pelota con fuerza.
Sin embargo, justo cuando Erinson estaba a punto de hacer un espectacular tiro, el balón se escapó de sus manos y rodó hacia la calle. Erinson no dudó en correr tras él. La emoción lo hizo olvidar que debía mirar a ambos lados antes de cruzar.
Cuando Erinson llegó al otro lado, encontró la pelota justo al lado de un grupo de ancianos que estaban sentados en un banco, compartiendo historias de antaño. Al ver a los viejitos, Erinson se detuvo un momento para escuchar.
"¡Hola, chicos!" - les dijo uno de ellos, don Ramón, con una sonrisa. "Contamos historias de cuando jugábamos nosotros en esta misma plaza."
Intrigado, Erinson preguntó:
"¿De verdad jugaban aquí? ¿Cómo eran esos juegos?"
Don Ramón sonrió y comenzó a relatar: "En nuestros días no teníamos pelotas como ustedes. Hacíamos nuestras propias pelotas de trapo y jugábamos al ‘escondite’ entre las casas. Era muy divertido. La comunidad siempre estuve unida, ayudándonos unos a otros."
Erinson escuchó atentamente, completamente absorbido por las palabras de don Ramón. A medida que la conversación avanzaba, comenzó a reflexionar sobre cómo los juegos de su infancia estaban conectados a la historia de su comunidad.
"¿Puedo jugar con ustedes?" - preguntó Erinson al grupo de ancianos.
Todos se miraron, sorprendidos, pero don Ramón sonrió más ampliamente:
"Por supuesto, pero debemos crear una nueva tradición. Tú traes la pelota y nosotros contamos historias mientras jugamos. Así, la historia de Guna Prieta nunca se olvidará."
Erinson volvió corriendo hacia sus amigos, pero en vez de retomar el juego, les propuso algo nuevo. Juntos, llevaron la pelota y se unieron a los ancianos. Cada tiro y cada pase venían acompañados de una anécdota, risas, y algunos vislumbres del pasado.
El tiempo pasó volando y pronto, el sol comenzó a ocultarse. Pero en lugar de un simple concurso, Guna Prieta se llenó de un hermoso sentido de comunidad, uniendo generaciones con el juego y las historias.
Al final, Erinson miró a sus amigos y, con una gran sonrisa, dijo:
"Creo que este ha sido el mejor día de mi vida. No necesitamos un premio, ¡hemos hecho algo mucho más valioso!"
Doña Clara, al ver la alegría del pequeño grupo, decidió preparar un helado especial para todos como premio por haber creado un nuevo lazo entre ellos. Así, una tarde que comenzaba como una simple competencia terminó convirtiéndose en una hermosa tradición que uniría a Guna Prieta por muchos años, recordando que la verdadera riqueza está en la historia compartida y los momentos vividos juntos.
Y así, cada semana, los niños y los ancianos se reunían en la plaza, creando nuevas historias y riendo juntos, siempre bajo el mismo cielo azul de Guna Prieta.
FIN.