El Juego de la Amistad



Era un soleado día en el parque, y varios niños jugaban a la pelota cerca de un gran árbol. Entre ellos estaba Mateo, Sofía, Tomás y Lucía, un grupo de amigos inseparables.

"¡Pasame la pelota!" - gritó Mateo, mientras corría hacia Sofía que tenía la pelota en sus manos.

"¡Cuidado, Mateo!" - advertía Lucía, pero ya era demasiado tarde. Mateo se lanzó para atrapar la pelota, pero resbaló en el césped húmedo y se cayó, golpeándose la rodilla.

"¡Ay! Me duele mucho!" - lloró Mateo, mientras se frotaba la rodilla. Sofía se acercó corriendo.

"¡No llores, Mateo! Te voy a ayudar" - dijo Sofía, todavía con la pelota en la mano.

En su afán de ayudar, Sofía también empezó a correr, pero en su camino, tropezó con una piedra y cayó de cara al suelo.

"¡Ay, no!" - exclamó mientras tocaba su nariz llena de tierra.

Tomás, que había estado mirando la escena, se sintió culpable y quiso correr hacia sus amigos, pero también se distrajo mirando lo que pasaba y terminó tropezando con una raíz del árbol.

"¡Ouch!" - gritó Tomás, frotándose la frente donde ya veía una marca roja.

Lucía, que había sido testigo del accidente, se puso a pensar.

"Esto no puede seguir así. Somos un desastre, parece que jugar nos hace lastimarnos" - dijo con una mueca preocupada.

Cada uno se sentó en el borde del parque, aunque la idea de seguir jugando los tentaba. La tristeza envolvía el aire como una nube oscura.

"Estaba tan emocionada de jugar con ustedes y ahora..." - dijo Sofía, mirando la pelota abandonada.

"Quizás deberíamos dejar de jugar por hoy..." - sugirió Mateo, todavía con lágrimas en los ojos.

"¡No! No quiero dejar de ser amigos" - exclamó Lucía. "Podemos aprender a jugar de otra forma.

Los niños se miraron, pensando en el comentario de Lucía. Sus corazones comenzaron a sentirse un poco más ligeros. Entonces, Mateo dijo:

"Yo tengo una idea. ¿Y si jugamos a la 'Búsqueda del Tesoro'? Así no tenemos que correr tanto y no nos lastimaremos."

"Pero ¿cómo se juega?" - preguntó Tomás, todavía un poco adolorido.

"Es fácil. Escondemos cosas por el parque y buscamos pistas para encontrarlas. ¡Podemos trabajar en equipo!" - explicó Mateo, con una sonrisa empezando a formarse en su rostro.

Los niños asintieron y pronto comenzaron a buscar pequeños objetos por el parque: un botón, una pequeña piedra de colores, una hoja con forma divertida. Luces de alegría comenzaron a brillar en sus miradas, mientras se ayudaban entre sí a encontrar las pistas.

"¡Miren lo que encontré!" - gritó Sofía, mostrando un caracol pintoresco que nadie había notado.

"¡Eso es genial!" - dijo Tomás, y todos aplaudieron.

Mientras iban encontrando las pistas, se reían, contaban chistes y se sentían parte de algo especial. Se dieron cuenta de que, aunque habían tenido un comienzo difícil, la amistad siempre podría encontrar una nueva forma de brillar.

Al final de la tarde, cansados pero felices, los niños se sentaron a descansar bajo el árbol.

"Hoy fue distinto, pero divertido. Aunque nos lastimamos, aprendimos algo, ¿no?" - reflexionó Mateo.

"Sí, debemos cuidar a nuestros amigos y tampoco podemos dejar de jugar" - dijo Sofía.

"Como el caracol, ¡podemos ir despacito pero juntos!" - propuso Lucía, riendo.

Todos rieron y asintieron con la cabeza.

Desde ese día, los amigos aprendieron a jugar con más cuidado, cuidándose y asegurándose de que nadie saliera lastimado. Y así, cada vez que alguien caía, todos decían al mismo tiempo:

"¡No importa! Siempre vamos a encontrar la forma de ser amigos."

Y con esa filosofía, sus juegos se volvieron más seguros, y su amistad, más fuerte que nunca.

FIN.

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