El Juego de la Amistad
Había una vez un niño llamado Lucas que amaba jugar videojuegos. Desde muy pequeño, Lucas pasaba horas en su casa, sumergido en mundos fantásticos donde podía ser un héroe, un explorador o un mago. Sin embargo, había algo que lo hacía especial: Lucas no sabía controlar su enojo cuando perdía.
Un día, Lucas fue invitado a la casa de su amigo Mateo para jugar al nuevo videojuego de moda.
"¡Vamos, Lucas! Estoy seguro de que seremos el mejor equipo", dijo Mateo entusiasmado.
Lucas sonrió, emocionado por compartir su pasión. Pero cuando comenzaron a jugar, el primer nivel resultó ser más complicado de lo que pensaba.
"¡Ay, no! ¡Perdimos! ¿Cómo pudo pasar esto?", gritó Lucas, frustrado.
Mateo lo miró con preocupación.
"Tranquilo, Lucas. Solo es un juego. Podemos intentarlo de nuevo", dijo mientras trataba de calmarlo.
Sin embargo, Lucas no escuchaba.
"¡No entiendo! Siempre pierdo. ¡No quiero volver a jugar!"
Y, sin pensarlo, apagó la consola y se cruzó de brazos, alejándose de su amigo. Mateo, un poco triste, no sabía qué hacer.
Al día siguiente, Lucas se sintió mal al recordar cómo había reaccionado. Decidió hablar con su mamá, que siempre tenía buenos consejos.
"Mamá, a veces me enojo mucho cuando pierdo en los videojuegos. No sé por qué me pasa", confesó.
Su madre sonrió y le dijo:
"Lucas, a veces es fácil enojarse cuando las cosas no salen como esperamos. Pero hay otras maneras de sentirnos cuando perdemos. ¿Qué te parece si probamos un ejercicio?"
Lucas asintió y su madre le explicó lo que harían: cada vez que sintiera que el enojo iba a salir, debía tomar cinco respiraciones profundas.
Así que, decidido a cambiar, Lucas fue a ver a Mateo nuevamente. Había aprendido algo importante y quería ponerlo en práctica.
"Hola, Mateo. Me gustaría jugar de nuevo. Perdón por cómo reaccioné ayer."
Mateo sonrió.
"¡Claro, Lucas! Todos podemos perder. Vamos a divertirnos juntos."
Mientras jugaban, las cosas empezaron a complicarse de nuevo. Estaban en medio de un desafío enorme cuando, de repente, perdieron otra vez. En lugar de frustrarse, Lucas recordó su ejercicio de respiración. Cerró los ojos y tomó cinco profundas respiraciones.
"¡Me siento mejor! ¡Vamos a intentarlo de nuevo!", dijo con una sonrisa.
Mateo se sorprendió y aplaudió.
"Eso es, Lucas. ¡Así se habla! Vamos a intentar resolver el nivel juntos. Tal vez lo logremos esta vez."
Así fue como Lucas y Mateo enfrentaron nuevos desafíos, riendo y apoyándose mutuamente. Cuando finalmente lograron completar el nivel, brincaron de alegría.
"¡Lo hicimos! ¡Eras un gran compañero, Lucas!", exclamó Mateo.
"Gracias, ¡y gracias a mis respiraciones! Aprendí que perder es solo una parte del juego y que siempre puedo intentarlo otra vez sin enojarme", respondió Lucas, sonriendo de oreja a oreja.
Desde entonces, Lucas se enfocó en disfrutar del juego más que en ganar. Aprendió que cada vez que perdía, tenía la oportunidad de reírse y aprender, y que tener amigos con los que jugar lo hacía todo aún más divertido.
Y así, Lucas se volvió no solo un mejor jugador, sino también un amigo increíble.
.
FIN.