El juego de la amistad


Había una vez un grupo de amigos muy especiales en la clase de 3B. Cada día, durante el recreo, se reunían en el patio del colegio para jugar al poliladro.

El poliladro era un juego muy divertido que consistía en pasar una pelota por debajo de las piernas y sobre la cabeza sin dejarla caer. En ese grupo de amigos había cinco niños: Tomás, Martina, Lucas, Sofía y Juan.

Cada uno tenía su propia personalidad y habilidades únicas. Tomás era el más rápido y siempre lograba atrapar la pelota cuando los demás fallaban. Martina era muy hábil con sus manos y podía hacer trucos increíbles con la pelota.

Lucas era el más fuerte y podía lanzarla lejos como nadie más. Sofía tenía un equilibrio excepcional y nunca dejaba que la pelota tocase el suelo. Y Juan, bueno, él siempre estaba ahí para animar a sus amigos cuando algo no salía bien.

Un día, mientras estaban jugando al poliladro como siempre, algo inesperado ocurrió. La pelota se desvió hacia un árbol cercano y quedó atrapada entre las ramas altas. - ¡Oh no! - exclamaron todos al mismo tiempo.

Intentaron lanzar otras pelotas para intentar sacarla pero ninguna tuvo éxito. - ¿Qué vamos a hacer ahora? - preguntó Martina preocupada. Juan miró a sus amigos con una sonrisa en su rostro y dijo:- Tranquilos chicos, tengo una idea genial.

Juan se subió al hombro de Lucas mientras este extendía los brazos lo más alto posible. Con mucho esfuerzo, Juan logró alcanzar la pelota y la lanzó hacia abajo. Todos aplaudieron emocionados.

A partir de ese día, el grupo de amigos comenzó a enfrentarse a nuevos desafíos en el poliladro. Encontraron diferentes obstáculos como bancos, barras y hasta una fuente en medio del patio. Pero no importaba cuán difícil pareciera, siempre encontraban una manera de superarlo juntos.

Además de divertirse jugando al poliladro, estos amigos aprendieron muchas lecciones valiosas. Aprendieron que trabajar en equipo era fundamental para alcanzar sus metas. Aprendieron que cada uno tenía habilidades únicas y que podían complementarse entre sí.

Aprendieron que no importaba si fallaban o cometían errores, lo importante era levantarse y seguir intentándolo. Con el paso del tiempo, el grupo de amigos se hizo aún más unido y especial.

No solo jugaban al poliladro durante el recreo, también compartían momentos fuera del colegio como cumpleaños, excursiones y vacaciones. Y así fue como Tomás, Martina, Lucas, Sofía y Juan descubrieron la importancia de la amistad verdadera y cómo los buenos amigos pueden hacer cualquier cosa posible cuando están juntos.

Desde aquel día en adelante, jugaron al poliladro con más entusiasmo que nunca antes. Y aunque hubo muchos otros obstáculos por superar en su camino... ¡siempre encontraron una manera creativa e ingeniosa de resolverlos! Y colorín colorado...

esta historia llena de diversión y amistad se ha terminado!

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