El juego de la selva


Había una vez, en una hermosa selva del norte argentino, un grupo de animales muy curiosos y juguetones. Entre ellos se encontraban Lucas el león, Martina la mona, Pablo el perezoso y Sofía la serpiente.

Un día soleado, los cuatro amigos decidieron reunirse para jugar y divertirse juntos. Se encontraron cerca del río y comenzaron a pensar qué juego podrían hacer. "¡Yo tengo una idea!" - exclamó Lucas con emoción-. "Podemos jugar a las escondidas".

Todos estuvieron de acuerdo con la propuesta de Lucas y comenzaron a contar hasta diez mientras buscaban un buen lugar para esconderse. Martina decidió subirse a los árboles porque sabía que allí nadie podría encontrarla.

Pablo, por su parte, se acurrucó entre las ramas bajas de un arbusto. Y Sofía se camufló perfectamente entre las hojas secas del suelo. Lucas terminó de contar y empezó a buscarlos uno por uno.

Pasaba por los árboles sin ver a Martina, miraba detenidamente cada arbusto pero no encontraba a Pablo y pasaba junto a Sofía sin darse cuenta que estaba allí. Pasaron varios minutos y Lucas aún no había encontrado ni a Martina ni a Pablo ni a Sofía.

Comenzó a sentirse frustrado e incluso pensó en rendirse. De repente, escuchó una risita traviesa proveniente de lo alto de los árboles. Era Martina que no aguantaba más la emoción y decidió revelar su escondite.

"¡Ja ja! ¡Aquí estoy!", dijo Martina mientras se balanceaba de una rama a otra. Lucas sonrió y corrió hacia ella, feliz de haberla encontrado.

Pero en ese momento, Sofía salió de su escondite y se deslizó por el suelo hasta llegar junto a ellos. "¡Yo también estuve aquí todo el tiempo!", exclamó Sofía con entusiasmo. Todos rieron y siguieron buscando a Pablo. Después de un rato, Lucas vio algo que parecía una pila de hojas moviéndose lentamente.

Se acercó con cautela y descubrió a Pablo durmiendo plácidamente entre las ramas del arbusto. "¡Pablo! ¡Te encontramos!" - gritaron todos al unísono. El perezoso despertó sobresaltado y se frotó los ojos con sueño.

Al ver a sus amigos sonrientes, comprendió que había sido encontrado y se unió al grupo con alegría. Los cuatro amigos continuaron jugando durante toda la tarde, inventando nuevos juegos y riendo sin parar.

Aprendieron lo divertido que era jugar juntos y cómo cada uno tenía habilidades únicas para esconderse o encontrar al resto. Al finalizar la jornada, prometieron seguir reuniéndose para jugar más seguido. Comprendieron que la amistad era como un juego interminable en el cual siempre ganaban cuando estaban juntos.

Así termina esta historia inspiradora sobre la importancia de compartir momentos divertidos con nuestros amigos, valorar las habilidades únicas de cada uno y aprender a disfrutar juntos en equipo.

Los animales de la selva demostraron que no hay nada mejor que jugar en buena compañía para pasar un buen rato y crear recuerdos inolvidables.

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