El Juego de las Decisiones
En un tranquilo barrio de Buenos Aires, vivía un chico llamado Nico. Tenía 12 años, un gran sentido del humor y una afición por los videojuegos. Pero había algo que a veces le traía problemas: le encantaba hacer pequeñas apuestas con sus amigos sobre quién ganaría en sus juegos favoritos.
Un día, mientras jugaban a su videojuego favorito, Nico hizo una apuesta con sus amigos: "Apostemos que puedo ganar en la próxima ronda, ¡y el perdedor tendrá que ayudarme a limpiar mi habitación!" -dijo con una sonrisa. Sus amigos, Juan, Lucía y Mateo, aceptaron de inmediato. Pero algo dentro de Nico comenzó a hacerle ruido. A veces, esas apuestas se volvían más serias y le hacían sentir que debía ganar a toda costa.
Después de un par de meses así, las pequeñas apuestas empezaron a acumularse. El juego dejó de ser divertido; más bien, comenzaba a parecer una competencia tensa en la que nadie podía perder. Lucía, una chica inteligente y perceptiva, lo notó primero. Un día, decidió hablar con él.
"Nico, ¿te has dado cuenta de que esto se está poniendo un poco raro? Ya no se trata solo de jugar, parece que todos estamos más preocupados por ganar que por divertirnos" -dijo Lucía.
Nico frunció el ceño. "Pero es solo un juego, ¿no? A todos les gusta que haya un campeón".
"Claro, pero cuando se trata de apuestas, es diferente. Nos estamos olvidando de lo que realmente importa: la diversión y la amistad" -contestó Lucía.
Esa noche, Nico se fue a dormir con esos pensamientos dando vueltas en su cabeza. ¿Acaso estaba perdiendo la esencia del juego? Al día siguiente, decidió hacer una prueba. Durante la partida con sus amigos, en lugar de proponer apuestas, dijo:
"¿Y si en lugar de apostar, hacemos algo diferente? ¿Qué tal si todos compartimos nuestras estrategias y vemos quién puede mejorar más su juego?".
al principio, sus amigos lo miraron con sorpresa. Pero luego, Mateo exclamó: "¡Eso suena genial! ¡Podemos hacer un reto de tácticas!". Todos estuvieron de acuerdo.
A la semana siguiente, organizaron una competencia amistosa en la que no había premios ni apuestas, solo la oportunidad de aprender unos de otros. Pronto, el ambiente cambió. Las risas llenaban la habitación, y todos disfrutaban del tiempo juntos.
Un día, mientras practicaban, Nico se dio cuenta de algo importante. "Chicos, me siento mucho mejor ahora que estamos jugando solo por diversión. Inspiro a ser un mejor jugador sin sentir que debo apostar por todo".
Lucía sonrió. "Eso significa que ganamos más que una simple partida. Hemos encontrado una nueva forma de disfrutar juntos".
Poco a poco, el grupo empezó a organizar encuentros semanales, los llamaron "Jueves de Estrategia". Cada semana, un amigo nuevo traía un juego diferente, y aunque competían, lo hacían de manera amistosa y sin ningún tipo de apuesta.
Un día, cuando estaban en plena diversión, Víctor, un amigo que hacía tiempo no veían, se unió al grupo inesperadamente. "Chicos, ¿puedo jugar con ustedes? He escuchado que ahora se divierten más" -dijo sonriendo.
Nico, contento, lo invitó a unirse. "¡Por supuesto! Cuantos más seamos, más divertido es".
La llegada de Víctor trajo nuevas ideas y la experiencia se enriqueció aún más. Aprendieron que había muchas formas de jugar y disfrutar, y que, al final del día, el verdadero ganador era la amistad.
Así, Nico y sus amigos descubrieron que puedes divertirte sin la necesidad de hacer apuestas. De hecho, aprendieron que compartir momentos valiosos, risas y apoyo entre amigos era el mejor premio de todos. Nico se sintió orgulloso de haber encontrado un nuevo camino en su aventura, y todos ellos se convirtieron en los mejores jugadores del barrio, no solo por ser los más hábiles, sino porque siempre se apoyaban mutuamente y disfrutaban cada partida juntos.
Al final, el verdadero juego no estaba en ganar o perder, sino en compartir momentos y aprender a disfrutar de la compañía de buenos amigos.
FIN.