El Juego del Dormilón
Había una vez un joven llamado Lucho, conocido por todos en su escuela como el dormilón. Desde muy pequeño, él siempre prefería dormir que hacer cualquier otra cosa. Cuando llegaba a clase, no podía evitar llevar su almohada favorita. Era una almohada suave, de color azul con estrellitas, perfecta para acurrucarse.
Sus compañeros no podían dejar de reírse de él.
"¡Mirá al dormilón, se lleva la almohada a clase!" - decía Sofía, una de sus compañeras.
"A ver si alguien lo despierta, ¡ja ja!" - añadía Tomás, el bromista del grupo.
Lucho siempre respondía con una sonrisa y un encogimiento de hombros. En el fondo, el apodo no le molestaba. A él realmente le encantaba dormir. Sin embargo, un día, mientras su maestra explicaba matemáticas, Lucho se quedó dormido, y su almohada, accidentadamente, se le cayó del escritorio.
Esa almohada cayó justo en el medio del aula y, al instante, todos la vieron.
"¡Almohada de Lucho, almohada de Lucho!" - gritó Tomás, riendo. "¿No le va a dar vergüenza?"
"¡Alto, alto!" - interrumpió Sofía, que tuvo una idea brillante. "¿Qué tal si hacemos un juego?"
"¿Un juego de almohadas?" - preguntó Lucho, despertándose, confundido.
"¡Sí! Pero un juego donde podamos perseguirnos y darnos almohadazos. Los que sean golpeados quedan eliminados. El último que permanezca en pie gana!"
A la idea de Sofía, todos se entusiasmaron. Así fue como se originó el juego del "Dormilón": los niños se organizaron en grupos y comenzaron a correr por los pasillos, usando sus almohadas como armas de juego. A cada golpeo suave, la risa de los chicos resonaba en el aire.
Lucho, aunque al principio no se sentía muy seguro, rápidamente se unió a la diversión. Era sorprendentemente ágil y comenzó a dar suaves almohadazos a sus compañeros.
"¡Cuidado!" - gritó Juan, tratando de esquivar, pero fue demasiado lento y Lucho le dio un golpecito en la cabeza.
"Eliminado!" - rió Lucho, disfrutando del momento.
Pronto, el aula se transformó en un gran campo de batalla de almohadas, donde todos se reían y se divertían. Pero con el tiempo, algunos comenzaron a temer que podría volverse algo descontrolado.
"¡Alto!" - gritó Sofía de repente, viendo que las cosas se ponían un poco peligrosas. "No queremos lastimarnos, ¡recuerden! Solo es un juego para divertirnos. Sin golpes fuertes, solo almohadazos suaves!"
Otra vez todos asintieron. Decidieron hacer una pausa y sentarse. Lucho se dio cuenta de que el juego había llevado a todos a reirse juntos, lo que lo hacía sentir muy bien.
"Me encanta esto, chicos. Nunca pensé que mi almohada podría traer tanta diversión!" - dijo Lucho, con una gran sonrisa en su rostro.
La jornada siguió y, entre risas y almohadas voladoras, se formó una gran amistad. Lucho comenzó a encontrar confianza en sí mismo y también a descubrir que, aunque disfrutar de dormir era genial, compartir risas con amigos era mucho mejor.
Al final del año escolar, el juego de Lucho se convirtió en una tradición de la escuela. Cada jueves, era el día del "Dormilón". Los maestros incluso permitieron que jugaran en el patio. Los alumnos decoraron su almohada con dibujos y frases divertidas que representaban lo que habían aprendido. Todos estaban muy emocionados, incluso los que antes se burlaban de Lucho.
"No te llamaremos más dormilón, sos el rey de la almohada!" - exclamó Sofía en la gran fiesta de fin de año, mientras Lucho sonreía con orgullo.
Y así, Lucho logró convertir su apodo en algo positivo y divertido. Todos aprendieron que a veces, las cosas que nos diferencian pueden llevarnos a construir grandes momentos de alegría y amistad.
Así que recordá: nunca subestimes el poder de una almohada y lo que puede hacer por la amistad. ¡Fin!
FIN.