El Juego del Pequeño Valiente



En un pequeño barrio de Buenos Aires, había un niño llamado Tomás que adoraba jugar en el terreno baldío detrás de su casa. La hierba crecía alta y los árboles, aunque no eran muy grandes, eran perfectos para trepar y jugar a los exploradores. Un día soleado, mientras Tomás estaba en plena aventura, escuchó un ruido extraño. Eran las llantas de un auto que se acercaba a gran velocidad.

- ¡Cuidado! - gritó su amigo Lucas, que estaba jugando a su lado.

Tomás, entusiasmado por la adrenalina, miró hacia el auto que se acercaba. Era un coche rojo brillante, que parecía no detenerse.

- ¡No pasa nada! - respondió Tomás sin preocuparse. - Solo es un auto, estoy en mi aventura.

Pero Lucas, con una mirada seria, insistió:

- Tomás, ¡tenés que moverte! ¡Ese auto no está frenando!

Tomás, finalmente, empezó a correr hacia el lado seguro del terreno, pero resbaló y cayó. El auto se acercaba cada vez más. Entonces, de repente, una señora que paseaba a su perro vio la situación y gritó:

- ¡Detenete, buen hombre! ¡Hay un niño en el medio!

El conductor, sorprendido por el grito, hizo una frenada brusca. Las llantas chillaron y el auto se detuvo justo a un costado de Tomás, que se había levantado y retrocedido un poco.

- ¡Ay, casi me atropellan! - dijo Tomás, tocándose el corazón.

- ¡Éramos nosotros, la que te gritó y yo! - exclamó Lucas aliviado.

- No puedo creerlo - repuso Tomás, tambaleándose. - Solo quería ser un valiente como en las películas.

Justo en ese momento, la señora del perro se acercó a Tomás y le dijo con una sonrisa amable:

- A veces, el verdadero valor está en saber cuándo es momento de ser cuidadoso, pequeño. Ser audaz no es lo mismo que ser imprudente.

Tomás la miró, un poco confundido, pero entendió lo que quería decir.

- Tenés razón, señora. No pensé que un auto podía lastimarme.

Entonces, el conductor salió del auto y se acercó a los niños. Con voz preocupada les dijo:

- Lamento mucho que esto sucediera. Siempre hay que estar atento cuando jugás cerca de la calle, ¿entendés? Estoy feliz de ver que estás bien.

- Sí, gracias - respondió Tomás, comenzando a sentir la lección.

Con el susto aún en el aire, la señora se agachó y acarició la cabeza del perro.

- ¿Sabés? Este perro siempre me hace recordar que en la vida hay que estar atento a lo que sucede a nuestro alrededor.

Tomás, ahora reflexionando, sonrió y asintió.

- Creo que mi aventura no iba a terminar como pensaba. Pero ahora sé que siempre debo mirar a los lados antes de cruzar y tener cuidado cuando juego.

Lucas, viendo cómo Tomás luego aprendió algo valioso, dijo:

- Te propongo un nuevo juego: llevemos una pelota de fútbol y juguemos en la plaza, lejos de la calle. Ahí podemos divertirnos sin riesgos.

Tomás se sintió aliviado y emocionado:

- ¡Buena idea! Pero prometéme que seremos muy cuidadosos, ¿sí?

Entre risas y un nuevo compromiso de ser más responsables, los amigos comenzaron a caminar hacia la plaza, dejando atrás el terreno baldío. Esa tarde aprendieron que la aventura siempre puede esperar, mientras haya vida para disfrutarla.

Desde ese día, Tomás siempre recordará que el verdadero valor no está solo en ser audaz, sino también en ser responsable y cuidar de uno mismo y de los demás.

Y así, bajo el brillo del sol y la emoción de un nuevo juego, dos amigos nunca olvidaron su lección de valentía y precaución.

FIN.

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