El juego del tablero



Había una vez una niña llamada Margarita, quien era nueva en el colegio. Había llegado de un país lejano y no conocía a nadie en su clase.

Aunque era muy simpática y amable, Margarita se sentía triste porque no tenía amigas con quienes jugar en los recreos. Todos los días, Margarita observaba cómo las demás niñas formaban grupos para jugar y reír juntas. Pero cuando ella intentaba acercarse, parecían ignorarla o decirle que ya tenían suficientes amigas.

Esto hacía que Margarita se sintiera aún más sola. Un día, mientras caminaba por el patio del colegio sin saber qué hacer, vio a un grupo de adultos mayores jugando al ajedrez en un rincón tranquilo.

Se acercó tímidamente y los observó durante un rato. Le llamó la atención lo concentrados que estaban y cómo disfrutaban cada movimiento estratégico.

Un señor mayor llamado Don Manuel notó a Margarita mirándolos y le sonrió amablemente: "¿Te gusta el ajedrez?", preguntó. Margarita asintió con entusiasmo y respondió: "¡Sí! Siempre he querido aprender a jugar". Don Manuel la invitó a unirse a ellos y le enseñó pacientemente las reglas del juego.

Margarita estaba emocionada por tener finalmente alguien con quien compartir su afición por el ajedrez. A medida que pasaron los días, Margarita comenzó a pasar más tiempo con Don Manuel y sus amigos del club de ajedrez.

Aprendió mucho sobre estrategias, movimientos especiales e incluso sobre la paciencia y el respeto hacia los demás jugadores. Un día, mientras Margarita disfrutaba de una partida de ajedrez con Don Manuel, una niña llamada Sofía se acercó curiosa. "¿Puedo unirme a ustedes?", preguntó tímidamente.

Margarita sonrió y respondió: "¡Claro que sí! ¡Será divertido jugar juntas!"Sofía también era nueva en el colegio y había visto a Margarita disfrutar tanto del ajedrez que decidió darle una oportunidad.

Pronto, las dos niñas se hicieron amigas inseparables y comenzaron a jugar juntas todos los días durante los recreos. A medida que pasaba el tiempo, más niñas se sumaron al grupo de juegos de Margarita y Sofía.

Al ver lo felices que eran todas juntas, otras niñas también quisieron unirse. Margarita les dio la bienvenida con cariño y les enseñó todo lo que había aprendido del ajedrez.

Así fue como Margarita, quien antes no tenía amigas en el colegio, logró formar un grupo lleno de diversión y compañerismo. Aprendió que no importa cuán diferentes podamos ser o cuánto tiempo nos tome encontrar nuestro lugar en un nuevo entorno; siempre habrá alguien especial esperando para compartir nuestras alegrías e intereses.

Y así, Margarita demostró a todos sus compañeros del colegio la importancia de abrirse a nuevas amistades y cómo las diferencias pueden convertirse en fortalezas cuando estamos dispuestos a aprender unos de otros.

FIN.

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