El juego en armonía



Había una vez una hermosa cancha de fútbol en un pequeño pueblo llamado Villa Teritos. Era el lugar donde los niños y niñas se reunían todos los días para jugar al fútbol y divertirse juntos.

Un día, mientras los chicos se preparaban para su partido diario, notaron algo inusual en medio del campo. ¡Había un nido de teros con huevos justo en el centro de la cancha! Todos quedaron sorprendidos y no sabían qué hacer.

El entrenador del equipo, Don Pedro, se acercó a ellos con una sonrisa amable. —"Chicos" , les dijo, "parece que tenemos un pequeño problema aquí. Pero no te preocupes, encontraremos una solución". Los niños estaban confundidos.

¿Cómo podrían jugar al fútbol sin perturbar a los teros? Fue entonces cuando uno de ellos tuvo una idea brillante. "¡Podemos mover el partido a otra cancha!", exclamó emocionado. Don Pedro asintió y todos comenzaron a buscar otras opciones cercanas.

Después de caminar por el pueblo, encontraron una canchita abandonada detrás del parque. Aunque estaba descuidada y llena de maleza, era perfecta para su juego. Con entusiasmo renovado, los niños comenzaron a limpiar la nueva cancha y arreglar las redes rotas.

No importaba si no era tan grande o bonita como la anterior; lo importante era que podrían seguir jugando al fútbol sin molestar a los teros. Mientras tanto, don Pedro había pensado en cómo ayudar también a los teros.

Se acercó al nido con mucho cuidado y construyó una pequeña cerca alrededor de él para protegerlo. Sabía que los teros eran aves muy protectoras y que defenderían su territorio con mucho fervor.

Los días pasaron y los niños se acostumbraron a la nueva cancha. Aunque extrañaban su antiguo campo, se dieron cuenta de que jugar al fútbol en un lugar nuevo también tenía su encanto.

Además, sabían que estaban ayudando a los teros y eso les hacía sentir bien. Un día, mientras jugaban un emocionante partido, escucharon un ruido proveniente del nido de teros.

¡Los huevos estaban comenzando a romperse! Los chicos dejaron el balón de lado y observaron maravillados cómo los pequeños polluelos salían de sus cascarones. La mamá tero estaba feliz y agradecida por toda la ayuda que habían recibido. Se acercó a don Pedro y le dio un graznido de gratitud antes de volar hacia el cielo con sus crías.

Desde ese día, cada vez que los niños veían una pareja de teros volando sobre ellos durante sus partidos, recordaban la importancia de cuidar y respetar a todos los seres vivos.

Aprendieron que incluso en situaciones difíciles siempre hay soluciones creativas y positivas. Y así, gracias al amor por el fútbol y la naturaleza, Villa Teritos se convirtió en un lugar especial donde todos aprendieron importantes lecciones sobre cooperación, empatía y conservación del medio ambiente.

FIN.

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