El jugo de mora y su aventura



Había una vez un niño llamado Tomás que vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos. A Tomás le encantaba el jugo de mora, especialmente el que preparaba su abuela cada verano. Un día, mientras disfrutaba de un vaso fresco en el porche, tuvo una idea brillante.

"¡Voy a sembrar mi propia planta de mora!" - exclamó emocionado, mirando la botella vacía que tenía en la mano.

Así que, al día siguiente, Tomás fue al mercado y compró unas semillas de mora. Regresó a casa, hizo un pequeño agujero en el jardín y las plantó con mucho cuidado.

"Voy a regar mis semillas todos los días, ¡pronto tendré mi propia planta!" - pensó.

Los días pasaron, y Tomás se convirtió en un experto jardinero. Regaba la planta todas las mañanas y la cuidaba con amor. Sin embargo, después de varias semanas, no vio ningún brote asomando. Empezó a sentirse frustrado.

"¿Por qué no crece?" - se preguntó.

Un día, decidió ir a preguntar a su amigo Lucas, que sabía mucho sobre plantas.

"Lucas, sembré unas semillas de mora, pero no crecen. ¿Qué tengo que hacer?" - le contó Tomás.

"Tal vez necesiten más sol o agua, o quizás no es el momento adecuado. A veces, las plantas necesitan paciencia y buen cuidado. ¡No te desanimes!" - respondió Lucas, animándolo.

Tomás decidió seguir el consejo de Lucas. Comenzó a investigar sobre el cuidado de las plantas. Aprendió sobre la importancia de la luz solar, el tipo de tierra que necesitaban y cómo protegerlas de plagas.

Con paciencia, siguió cuidando su semillero. Pasaron algunos días más, hasta que un soleado mañana, vio algo sorprendente.

"¡Mamá! ¡Mira!" - gritó, corriendo hacia su mamá. "¡Una planta de mora ha brotado!"

Y efectivamente, una pequeña planta verde asomaba entre la tierra. Tomás salía todos los días a verificar su crecimiento. Observaba cómo iba cambiando cada día, cada vez más fuerte y saludable, y su emoción aumentaba porque finalmente su esfuerzo estaba dando frutos.

Sin embargo, un día, cuando Tomás se despertó, se dio cuenta de que había un gran grupo de pájaros en su jardín.

"¡Oh no!" - dijo asustado. "Se van a comer mi planta de mora."

Decidido a proteger su planta, Tomás decidió hacer un pequeño cercado alrededor de ella. También hizo algunos murciélagos de papel que colgó en el jardín para asustar a los pájaros.

"¡Nunca pensé que hacer murciélagos podría ser tan útil!" - se rió Tomás mientras colgaba su obra de arte.

Pasaron las semanas, y la planta fue creciendo cada vez más. Por fin, llegó el día en que vio algunos frutos en su planta.

"¡Por fin tengo moras!" - exclamó feliz, llamando a su abuela. "Voy a hacer el mejor jugo de mora del mundo."

Tomás y su abuela recolectaron las moras con cuidado. Juntos, prepararon un delicioso jugo. A Tomás le encantó el sabor y se sintió orgulloso de haber sembrado su planta.

"Gracias, abuela, por enseñarme a disfrutar de las cosas sencillas de la vida" - le dijo con una gran sonrisa. "Todo se puede lograr si tenemos paciencia y dedicación."

Y así, Tomás no solo aprendió a hacer jugo de mora, sino también una valiosa lección sobre la importancia de cuidar lo que sembramos, ya sea en el jardín o en nuestras propias vidas. Desde ese día, cada vaso de jugo era una celebración no solo del sabor, sino del esfuerzo, la amistad y el amor a la naturaleza.

Desde aquel día, Tomás además se transformó en el mejor jardinero del pueblo, plantando moras para todos sus amigos y compartiendo su jugo con alegría.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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