El Juguete Mágico
Era un día soleado en el jardín de infantes Del Arco Iris, y los niños estaban muy emocionados porque la maestra, la señorita Clara, había traído un juguete nuevo y brillante: un increíble dinosaurio de colores que rugía y se movía. Cuando la señorita Clara lo mostró, los ojos de todos los niños brillaron de alegría.
Los pequeños se acercaron rápidamente, cada uno queriendo tener el dinosaurio en sus manos. El problema comenzó cuando dos amigos, Tomás y Sofía, decidieron que ellos debían ser los únicos en jugar con el juguete.
- “¡Es mío! ¡Yo lo vi primero! ” - exclamó Tomás, estirando su mano hacia el dinosaurio.
- “¡No! ¡Yo quiero jugar con él! ¡Mirá cómo se mueve! ” - respondió Sofía, tirando del otro lado.
Los dos comenzaron a discutir y jalar del dinosaurio. Sus voces se elevaron, y pronto todos los niños alrededor comenzaron a gritar, formando un pequeño caos en el aula.
La señorita Clara, al ver la pelea, se acercó con una gran sonrisa.
- “¡Hola, pequeños! ¿Qué está pasando aquí? ”
Tomás y Sofía, al mismo tiempo, comenzaron a explicar su versión de la historia. La señorita Clara escuchó atentamente hasta que ambos terminaron de hablar.
- “Entiendo que ambos están muy emocionados por el dinosaurio, pero no creo que tirando del juguete vayan a conseguir jugarlo mejor. ¿Qué tal si encontramos una solución juntos? ” - dijo la maestra con cariño.
Los niños miraron a la señorita Clara, un poco confundidos. ¿Cómo podían resolver el problema?
- “Podríamos dividir el tiempo. Tomás, ¿cuánto tiempo te gustaría jugar primero? ” - sugirió la maestra.
- “No sé… ¿veinte minutos? ” - respondió Tomás.
- “¡Yo quiero jugar después! ¡Veinte minutos son muchos! ” - dijo Sofía, todavía un poco molesta.
- “¿Qué tal si jugamos diez minutos cada uno y así todos podemos disfrutar del juguete? ” - propuso la maestra.
Luego, la señorita Clara sugirió que los demás niños pudieran ayudar a un conjunto de ideas.
- “Podemos contar hasta diez para que todos sepan cuándo es el turno de cada uno. ¿Qué les parece? ” - preguntó Alejandra, una de las niñas que estaba mirando la escena.
- “¡Sí! ¡Eso suena divertido! ” - dijo Sofía, ya un poco más tranquila.
- “Entonces, ¿lo hacemos? ” - preguntó Tomás emocionado.
Finalmente, acordaron su plan. La señorita Clara tomó un reloj de arena que había en la mesa.
- “Cuando la arena se acabe, es el turno de Sofía.”
Sólo pasaron dos minutos antes de que Sofía estuviera lista para jugar. Aunque al principio no estaba feliz de compartir, ¡el tiempo pasó volando! Pronto se olvidó de las peleas y se dio cuenta de lo divertido que era jugar con el dinosaurio bajo la supervisión de la señorita Clara.
Los minutos de juego se sucedieron alegremente:
- “¡Mirá cómo ruguea! ”
- “¡Vamos a hacer que salte! ”
- “¡Le voy a poner un sombrero! ”
Los otros niños empezaron a rodearlos, llenos de entusiasmo por ver el juguete. La hora transcurrió entre risas hasta que todos, incluido Tomás y Sofía, se dieron cuenta de lo especial que era compartir. Pronto, cada vez que un niño terminaba su turno, hacía una pequeña ovación al próximo, y todos se divertían juntos.
Antes de que se dieran cuenta, el sonido de su alegría llenó el aula. Al final del día, la señorita Clara hizo una reflexión.
- “Hoy aprendimos algo muy importante: no se trata de quién tiene el juguete, sino de cómo podemos jugar juntos y disfrutar. ¿Les gustaría volver a compartir el dinosaurio el próximo día? ”
- “¡Sí! ” - gritaron todos en coro.
Desde aquel día, Tomás y Sofía no solo se hicieron grandes amigos, sino que también aprendieron que compartir puede multiplicar la diversión. El dinosaurio ya no era sólo un juguete; era un símbolo de amistad y alegría.
Y así, cada día en el jardín de infantes Del Arco Iris se sentía un poquito más especial, lleno de risas y juegos compartidos.
FIN.