El Juguete Perdido de Lucas
Había una vez un niño llamado Lucas que vivía en un barrio muy alegre. Lucas era un apasionado de los juguetes. Tenía un sinfín de ellos: coches de carrera, muñecos de acción, pelotas de fútbol, y hasta un enorme dinosaurio de plástico que siempre estaba en su jardín. A Lucas le gustaba mostrar sus juguetes a sus compañeros, pero en el fondo, él prefería jugar solo.
Un día, mientras estaba en el parque con sus amigos, Lucas se dio cuenta de que no tenía mucho interés en compartir sus juguetes. Los demás niños estaban jugando juntos, pero Lucas estaba sentado en una roca, encima de su dinosaurio.
"¡Miren a mi dinosaurio! Es el más grande del barrio!" - exclamó Lucas, levantando su voz para que todos lo escucharan.
"¡Lucas, ven!" - gritó Nadia, su amiga más cercana. "Vamos a jugar a las escondidas!"
"No puedo, tengo que cuidar a mi dinosaurio" - respondió Lucas, mirando de reojo a los demás, llenos de risas y diversión.
Los días pasaron, y Lucas se dio cuenta de que más veces se quedaba solo. Nadie quería jugar con él si no compartía sus juguetes. Un día, decidió invitar a sus amigos a casa para mostrarles su nueva colección de coches.
"Chicos, vengan a disfrutar de mis coches, ¡son increíbles!" - dijo Lucas con entusiasmo. Pero cuando sus amigos llegaron, Lucas sólo quería jugar él solo, y a sus amigos no les gustó.
"Lucas, ¿por qué nunca compartís?" - preguntó Tomás, un niño del grupo. "Es más divertido jugar juntos que jugar solo".
Lucas se encogió de hombros y siguió jugando sin prestar atención. Esa misma tarde, su abuelo, que notó que le faltaba la alegría en los ojos, le preguntó:
"Lucas, ¿por qué no querés jugar con tus amigos?"
- “Porque ellos no son tan divertidos como mis juguetes” - respondió Lucas con sinceridad.
El abuelo sonrió con tristeza y le dijo:
"Los juguetes son divertidos, pero tené cuidado, porque cuando un niño elige jugar solo, puede perder cosas más importantes, como la amistad".
Lucas no entendió del todo lo que su abuelo quería decirle, así que decidió seguir jugando con sus juguetes. Pero al siguiente día, se dio cuenta de que todos sus amigos estaban jugando en el parque y no lo estaban invitando. Se sintió triste y abandonado.
Decidió salir a buscar a sus amigos. Cuando llegó al parque, los vio jugar felices. Pero lo que más le dolió fue ver que estaban jugando sin él.
"¿Por qué no me llamaron?" - preguntó Lucas, un poco agitado.
"Te llamamos, pero no quisiste venir. Estabas muy ocupado con tus juguetes" - respondió Nadia con una leve sonrisa.
Lucas sintió una punzada en el corazón.
Desde ese día, Lucas reflexionó. Se dio cuenta de que, aunque los juguetes son geniales, jugar solo no era lo que realmente quería.
Al día siguiente, llenó una caja con algunos de sus coches y corrió al parque. Una vez allí, buscó a sus amigos y los saludó.
"¡Chicos! Quiero jugar con ustedes. ¡Miren lo que traigo!" - dijo Lucas, abriendo la caja.
Sus amigos se miraron sorprendidos.
"¿Vas a compartir?" - preguntó Tomás, con una sonrisa.
"Sí! Quiero que todos juguemos juntos!" - respondió Lucas, sintiéndose más feliz que nunca.
Rieron y comenzaron a jugar todos juntos. Los coches volaban por el suelo mientras se reían y corrían. Lucas sintió algo que no había sentido en mucho tiempo: la alegría de compartir y experimentar la diversión con sus amigos.
Cuando se fue el sol y el juego terminó, Lucas miró a sus amigos y les dijo:
"Gracias por jugar conmigo. Me di cuenta de que compartir es mucho mejor que jugar solo".
"Siempre, Lucas!" - respondieron todos a la vez, sonriendo.
Desde aquel día, Lucas nunca volvió a estar solo. Aprendió que la verdadera felicidad se encuentra en la amistad, y que los juguetes son mucho más divertidos cuando se comparten. Y así, Lucas y sus amigos se convirtieron en el mejor equipo del barrio, disfrutando de cada aventura juntos, sin importar cuántos juegos tuvieran. Fin.
FIN.