El Juguete Roto
Era un día soleado en la Escuela Primaria Arco Iris. Los chicos estaban entusiasmados porque ese día se podía llevar un juguete de casa. Tomás, un niño de ocho años, decidió llevar su querido robot de control remoto, el cual podía moverse hacia adelante, atrás e incluso hacer piruetas. Era su juguete favorito y lo había cuidado con mucho esmero.
Cuando llegó a la escuela, Tomás mostró su robot a todos sus compañeros. La curiosidad iluminó sus rostros y pronto todos querían verlo en acción. Tomás se sintió feliz, disfrutando la atención y la admiración de sus amigos.
"¡Mirá cómo salta!" - exclamó Tomás, mientras hacía girar su dedo sobre el control remoto.
Entonces, Juan, un nuevo compañero de clase, se acercó. Tenía los ojos abiertos de par en par, con una gran sonrisa.
"¡Esa cosa es increíble! ¿Podrías dejarme un momento jugar?" - preguntó Juan, dando un pequeño salto de emoción.
Tomás dudó un segundo. La respuesta correcta parecía clara, pero sentía que no podía desprenderse de su juguete tan fácilmente.
"No sé, Juan. Es muy delicado y lo podría romper" - respondió.
Los malentendidos comenzaron a crecer cuando Juan, cada vez más impaciente, insistió:
"¡Pero quiero jugar! No seas egoísta, Tomás. Para eso lo trajiste, ¿no?"
"No soy egoísta, pero es mío" - contestó Tomás, con la voz un poco temblorosa.
Juan, sintiéndose agraviado, comenzó a tirar del control remoto mientras Tomás sostenía el robot. La tensión en el aire se podía cortar con un cuchillo.
"¡Dame el control!" - gritó Juan, enfadado.
"¡No!" - respondió Tomás, apretando los dientes.
En ese instante, una fuerte tirada hizo que el robot se escapara de las manos de Tomás y volara por los aires, aterrizando con un estruendo en el suelo, el cual resonó entre las risas de algunos compañeros que observaban la escena. Rápidamente, todos se acercaron, pero un grito de horror interrumpió la emoción.
"¡Noooo, mi robot!" - gritó Tomás, viendo cómo una de las ruedas del juguete estaba rota. La carcasa del robot se había partido y un pedazo de plástico se había despegado.
Los compañeros se quedaron en silencio, y el rostro de Tomás se llenó de tristeza. Juan, que no había imaginado que esto podría suceder, sintió un nudo en el estómago.
"Lo siento, Tomás. No pensé que..." - dijo Juan, con un hilo de voz. "Yo solo quería jugar."
"Pero por tu culpa está roto y no puedo arreglarlo" - respondió Tomás, con lágrimas en los ojos.
El ambiente se volvió tenso. Nadie sabía cómo reaccionar. Pero la maestra, la Sra. Elena, llegó justo en ese momento, percibiendo la situación.
"¿Qué ha pasado aquí?" - preguntó con una voz calmada.
Tomás contó lo sucedido, y cuando terminó, la Sra. Elena se agachó para analizar el robot.
"Ah, veo. A veces los problemas nacen de las emociones. Es importante que aprendan a hablar entre ustedes antes de llegar a pelear" - explicó la maestra.
"Sí, pero yo solo quería jugar con su juguete" - interrumpió Juan, aún sintiéndose culpable.
"Juan, está bien querer un juguete, pero hay maneras de pedirlo sin pelear. Una buena opción podría ser preguntar si puedes jugar con él. Así, Tomás podía explicarte cómo hacer para que todos jugaran juntos" - sugirió la Sra. Elena.
Ambos niños asentaron con la cabeza, comprendiendo lo que la maestra decía, y Tomás secó sus lágrimas.
"Pero mi robot está roto..." - dijo aún apenado.
"Podemos hacer algo para arreglarlo juntos. Quizás algunos de ustedes tengan piezas de repuesto, ¿no creen?" - propuso la Sra. Elena.
De pronto, un par de manos levantaron la voz.
"Yo tengo un destornillador en mi mochila" - dijo Sofía.
"Y tengo unas piezas de un juego de robots, pueden servir" - agregó Lucas.
Poco a poco, los chicos comenzaron a aportar ideas y materiales, y juntos se pusieron a trabajar. En lugar de dividirse por conflictos, ahora estaban unidos por la solución.
Después de un par de horas, el robot brillaba nuevamente, realizado por las manos de todos, incluidas Tomás y Juan. La sonrisa volvió al rostro de Tomás y Juan se sintió feliz de ser parte de la resolución.
"¡Lo hicimos!" - gritó Juan, mientras levantaba el robot sobre su cabeza.
"Gracias, Juan. Y perdón por lo que pasó" - respondió Tomás.
Desde aquel día, los dos chicos se hicieron grandes amigos y aprendieron que, aunque a veces podemos querer las mismas cosas, siempre hay formas de compartir y colaborar. Y lo más importante, que resolver un conflicto puede ser mucho mejor que pelear por algo, ya que juntos son más fuertes.
Y así, el juguete roto se transformó en una historia de amistad, colaboración y aprendizaje, dejando atrás el rencor y mirando hacia un futuro lleno de risas y juegos compartidos.
FIN.