El Kiosquero y el Misterio del Calor



En el corazón del barrio Calor, había un kiosco muy especial. Su dueño, Don Luis, era conocido como el kiosquero golocina. Tenía en su kiosco las golosinas más deliciosas y jugos frescos que hacían que todos los niños del barrio corrieran hasta su local después de la escuela.

Un día, luego de una ola de calor sofocante, el kiosco de Don Luis comenzó a notar algo extraño. A pesar de que el sol brillaba y hacía mucho calor, las golosinas no se derretían y los jugos se mantenían frescos. Los chicos empezaron a murmurar entre ellos.

"¿No es raro?" - dijo Ana, una de las niñas del barrio. "Hoy hace más calor que de costumbre y todo sigue igual."

"Sí, es como si el kiosco tuviera un hechizo. Necesitamos averiguar qué pasa" - añadió Martín, siempre curioso e intrépido.

Así, los amigos decidieron investigar. Decidieron preguntarle a Don Luis si sabía qué estaba ocurriendo.

"Don Luis, no se derriten las golosinas a pesar del calor. ¿Hay algún secreto en tu kiosco?" - preguntó Martín.

Don Luis sonrió, sabiendo que sus golosinas eran realmente especiales. "Y sí, chicos, hay un pequeño secreto. Cada mañana, ante de abrir, me gusta hablar con las golosinas y desearles que mantengan su frescura a pesar del clima."

Los niños se miraron entre sí, sorprendidos. "¿Hablar con las golosinas? Eso es muy raro..." - musitó Ana.

"Quizás no sea tan raro, si lo pensás bien" - respondió Martín. "Todo necesita un poco de amor y atención."

Intrigados por la habilidad de Don Luis, los niños decidieron ayudarlo. Así que acordaron, cada mañana antes de que abriera el kiosco, ir a hablar con las golosinas.

"¡Hola, golosinas!" - decía Ana mientras los demás se reían. "Hoy hace mucho calor, pero sé que ustedes pueden ayudar a todos a refrescarse con su dulzura. ¡No se derritan!"

Con el pasar de los días, los niños se dieron cuenta de que no solo el kiosco se mantenía fresco, sino que también los niños lo disfrutaban aún más.

"Che, esto es tan divertido como comer golosinas. ¡Deberíamos hacer esto siempre!" - dijo Martín un día.

"Sí, y estoy aprendiendo a cuidar mis cosas, como Don Luis cuida de sus golosinas" - respondió Ana.

Pero una tarde, un fuerte viento y una gran tormenta se aproximaron al barrio. Los niños estaban preocupados.

"¿Y si la tormenta acaba con el kiosco?" - preguntó Martín con una mueca.

"¡No podemos dejar que eso pase!" - exclamó Ana.

Juntos, decidieron hacer algo al respecto. Reunieron a todos los amigos del barrio y fueron al kiosco.

"Don Luis, ¡necesitamos hacer algo!" - gritó Martín. "La tormenta viene y queremos proteger tu kiosco."

"Agradezco su preocupación, chicos. Pero no se preocupen, mi kiosco y yo estamos listos para cualquier cosa. Cuando se cuida algo con amor, siempre resiste" - explicó Don Luis con confianza.

Los niños decidieron ayudar a Don Luis. Se pusieron a tapar las golosinas con mantas, a asegurar las ventanas y a recoger la basura que el viento estaba llevando.

Finalmente, la tormenta llegó, pero gracias al esfuerzo de todos, el kiosco se mantuvo en pie y las golosinas estaban a salvo. Al terminar la tormenta, el sol volvió a brillar, y Don Luis abrió el kiosco con una sonrisa.

"¡Gracias a todos, chicos! Ustedes aprendieron que cuando uno se preocupa por lo que ama, siempre lo protege. ¡Hoy todos tienen una golosina gratis como agradecimiento!" - dijo Don Luis.

Los niños estaban emocionados, no solo por las golosinas, sino también porque habían aprendido algo valioso sobre el amor y la amistad. Desde ese día, no solo hablaron con las golosinas, sino que se cuidaron entre ellos, siendo un gran equipo en el barrio Calor, siempre listos para enfrentar cualquier desafío que viniera.

FIN.

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