El Kusillo y la Fiesta de los Disfraces
En la alegre ciudad de La Paz, donde las montañas cuentan historias y el aire vibra de música, vivía un personaje muy conocido: el Kusillo. Era un ser travieso y divertido, siempre listo para hacer reír a los niños y grandes. Cada año, el Carnaval era su momento preferido, ya que podía bailar y jugar en las calles, disfrazado con su colorido atuendo.
Pero un año, algo extraño sucedió. Durante la gran fiesta, Kusillo estaba dando vueltas por toda la plaza, haciendo saltos y danzas cuando, de repente, un grupo de danzarines interrumpió su alegría. Uno de ellos, vestido con un disfraz de unicornio, tropezó y cayó justo sobre él. Era un momento indescriptible. Cuando el Kusillo se levantó, sintió que algo no estaba bien.
"¿Qué ha pasado?" - se preguntó mientras intentaba quitarse la máscara que cubría su rostro. Pero la máscara no se movía.
"¿Por qué no puedo deshacerme de esto?" - gritó, asustado.
La abuela Rosa, una sabia mujer de la plaza, se acercó a él. Con su mirada bondadosa, le dijo:
"Kusillo, parece que has caído bajo una maldición. Pero no te preocupes, hay una manera de deshacerte de ella."
"¿Y cómo lo hago, abuela?" - preguntó el Kusillo, con su voz llena de ansiedad.
"Tienes que ayudar a tres personas de buen corazón. Solo así podrás liberarte del disfraz."
Determinado a salir de esta situación, el Kusillo se aventuró por las calles de La Paz. Su primer encuentro fue con una niña que lloraba porque había perdido su perro.
"No temas, pequeña. ¡Te ayudaré a encontrarlo!" - dijo Kusillo, levantando los brazos como si fuera un superhéroe en acción.
Así juntos, buscaron por cada rincón de la plaza. Tras unos minutos de búsqueda, encontraron al perrito escondido detrás de una caja.
"Gracias, Kusillo, gracias!" - exclamó la niña mientras abrazaba su mascota.
La segunda persona que encontró fue un anciano que necesitaba ayuda para cruzar la calle.
"Permíteme ayudarte, señor. Donde usted vaya, yo voy con usted!" - anunció el Kusillo, tomando el brazo del anciano.
Con cuidado, lo guió a través del bullicio del Carnaval, y el anciano sonrió agradecido al otro lado.
"Eres un buen chico, Kusillo. Que la vida siempre te sonría!" - le dijo el anciano.
Por último, el Kusillo se topó con un grupo de niños que querían armar una piñata, pero no tenían materiales para hacerla.
"¿Y qué tal si juntamos lo que necesiten?" - sugirió Kusillo.
Juntos, comenzaron a recolectar papel, cartón y dulces, mientras reían y jugaban.
"¡Vamos a hacer la mejor piñata de toda La Paz!" - gritó Kusillo, imitando el tono de un gran maestro.
Después de varias horas de trabajo y diversión, la piñata estaba lista. Los niños no podían estar más felices. Finalmente, cuando todo había terminado, sintió una extraña sensación. Miró su reflejo en un charco y, para su sorpresa, vio que el disfraz y la máscara comenzaban a desvanecerse.
Con gran alegría, corrió hacia la abuela Rosa, que lo estaba esperando en la plaza.
"Abuela, ¡ya no tengo el disfraz! ¡He ayudado a tres personas!" - gritó entusiasmado.
"Así es, querido Kusillo. Has demostrado que el verdadero espíritu del Carnaval no está en el disfraz, sino en ayudar a los demás."
Con una gran sonrisa, el Kusillo comprendió la lección. Desde ese día, cada Carnaval, aunque no llevaba el disfraz, siempre se dedicaba a ayudar a quienes más lo necesitaban. Y, al final, siempre tenía un montón de amigos y risas alrededor.
El Kusillo aprendió que, a veces, por debajo de las máscaras y los disfraces, lo que realmente importa es el corazón. Al ayudar a otros, encontró su verdadero yo y la alegría de ser parte de la comunidad.
Y así, la leyenda del Kusillo se convirtió en un símbolo de bondad en La Paz, recordando a todos que el verdadero carnaval está en el amor por los demás. Y que, aunque la vida pueda darnos sorpresas, ayudar a otros siempre te devolverá la verdadera felicidad.
FIN.