El Laberinto de Saavedra



En el barrío Saavedra, los chicos hablaban de un laberinto misterioso que nadie había logrado encontrar. Se decía que quien entrara en él nunca podría volver a salir. Pero un grupo de amigos, Valentina, Tomás y Lucas, estaban decididos a descubrir la verdad detrás de esta leyenda urbana.

Una tarde, mientras jugaban en el parque, Tomás, entusiasmado, exclamó:

"¡Chicos, tenemos que buscar el laberinto! No puede ser que sea sólo una historia para asustarnos."

"¿Y si realmente no salimos?" –dijo Valentina, un poco asustada.

"No seamos miedosos, vamos a divertirnos y ver qué encontramos." –dijo Lucas con una sonrisa confiada.

Los tres amigos decidieron hacer una búsqueda. Comenzaron a indagar en el barrio, preguntando a los vecinos. Una señora mayor les contó que, cuando era niña, había jugado cerca de un viejo gimnasio que estaba abandonado. Eso podría ser un buen lugar para empezar.

Al llegar al gimnasio, sintieron que el aire se volvía más fresco. La entrada estaba cubierta de hiedra, y un gran silencio los rodeaba. Valentina, nerviosa, susurró:

"¿Están seguros de que queremos entrar?"

"¡Sí!" –gritaron Tomás y Lucas en coro.

"Vamos juntos. Es sólo un lugar. No hay nada que temer."

Una vez dentro, se encontraron con un pasillo largo que parecía no terminar nunca. Las paredes estaban cubiertas de grafitis coloridos, y el suelo era de cemento desgastado.

"¡Miren!" –gritó Lucas mientras señalaba una puerta antigua.

"¿La abrimos?" –preguntó Valentina, un poco temerosa.

"Claro, ¿qué podemos perder?" –dijo Tomás, y empujó la puerta.

Al abrirla, se encontraron en un gran laberinto de espejos.

"¡Miren esto!" –dijo Tomás emocionado.

"Creo que esto es exactamente lo que buscábamos," –respondió Lucas mientras contemplaba sus reflejos.

"Pero... ¿es seguro?" –preguntó Valentina, mirando su reflejo multiplicado.

Los chicos comenzaron a caminar por el laberinto, riendo y jugando, pero pronto se dieron cuenta de que el laberinto era más complicado de lo que pensaban. Se perdieron entre los espejos, y cada vez que giraban, se veían de maneras extrañas.

"Esto es divertido, pero también un poco raro" –dijo Lucas.

De repente, Valentina, en medio de las risas, se dio cuenta de que habían perdido la noción de cuánto tiempo habían estado allí.

"Chicos, ¿y si no encontramos la salida?" –dijo con preocupación.

"No se preocupen, podemos volver sobre nuestros pasos." –dijo Tomás, aunque estaba empezando a sentir lo mismo.

Buscando la salida, se encontraron con un espejo que parecía diferente. Al mirarse en él, vieron más que sus reflejos; estaban viendo también sus miedos e inseguridades.

"¡Miren! Aquí estamos, pero también estamos un poco perdidos en nuestros pensamientos" –dijo Valentina, con voz reflexiva.

"Sí, como el laberinto, a veces nuestros miedos nos hacen dudar de nosotros mismos" –agregó Lucas.

"Pero juntos, podemos enfrentarlos" –dijo Tomás, más decidido que nunca.

Los amigos decidieron que lo importante era no rendirse. Se tomaron de las manos y comenzaron a hablar sobre lo que más les gustaba hacer, compartiéndose ideas y sueños. Con cada palabra, se sintieron más seguros, y así, el laberinto empezó a perder su poder.

Después de un rato, encontraron la salida, y al salir, el sol brilló con más fuerza.

"¡Lo logramos!" –gritaron juntos mientras salían del gimnasio.

Desde ese día, nunca volvieron a tener miedo de la leyenda. Aprendieron que enfrentar los miedos, hablar sobre lo que sentían y mantenerse unidos era la clave para salir de cualquier laberinto, ya sea físico o emocional.

"Creo que deberíamos volver a este lugar, pero para jugar y no para asustarnos" –sugirió Lucas.

"Sí, y esta vez llevemos más amigos." –acordaron Valentina y Tomás, sonriendo felices.

Así fue como la leyenda del laberinto se convirtió en una historia de superación y amistad, enfatizando que siempre hay una salida si enfrentamos nuestros miedos juntos.

FIN.

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