El ladrón de mandarinas



Era un hermoso día de primavera en la pintoresca finca de Don Manuel. El sol brillaba con fuerza y el viento soplaba suavemente entre los árboles. En el centro de su jardín se alzaba un espléndido árbol de mandarinas, que había sido plantado por él mismo años atrás. Don Manuel lo cuidaba con esmero: lo regaba cada mañana, le hablaba tiernamente y lo abonaba con los mejores nutrientes. Aquella mañana, mientras Don Manuel admiraba las mandarinas que colgaban jugosas y doradas, escuchó un pequeño ruido.

"¿Qué será eso?" - se preguntó, inclinándose hacia el árbol para escuchar mejor. Gracias a su dedicación, había logrado que el árbol diera una deliciosa cosecha.

A lo lejos, un pajarito de colores brillantes observaba el árbol con ojos brillantes y su barriguita llena de hambre.

"¡Wow! ¡Qué delicia se ven esas mandarinas!" - dijo el pájaro, que se llamaba Pipo. Siempre había querido probar una.

Mientras Don Manuel se alejaba un momento para buscar su regadera, Pipo voló rápidamente hasta el árbol. Con un picoteo ligero, arrancó una mandarina y voló hacia su nido.

Cuando volvió, Don Manuel notó que una mandarina faltaba.

"¿Dónde se habrá metido mi mandarina?" - murmuró, confuso. Decidido a descubrir el misterio, se escondió detrás de un arbusto cercano y esperó.

Al poco tiempo, vio a Pipo, feliz y satisfecho, disfrutando de la jugosa mandarina en su nido.

"¡Ah, amigo! ¡Tú eres el ladrón!" - exclamó Don Manuel mientras salía de su escondite. Pipo, sorprendido, dejó caer la mandarina.

"No, no! ¡No soy un ladrón! Solamente tenía hambre" - protestó el pájaro, con la voz temblorosa.

Don Manuel sonrió, pero también sintió tristeza al ver que Pipo parecía realmente afligido.

"Entiendo que tengas hambre, Pipo. Pero no es correcto robar. Las mandarinas son el fruto de mi esfuerzo. ¿No podríamos encontrar otra solución?" - le propuso Don Manuel.

Pipo, con el pico entre las patas y los ojos llenos de lágrimas, respondió:

"Es que nunca he tenido comida suficiente. Vivo solo y a veces me cuesta encontrar algo para comer."

Don Manuel sintió una punzada de compasión en su corazón. Se le ocurrió una idea.

"¿Por qué no compartimos? Te puedo dar algunas mandarinas mientras me ayudes a cuidar el árbol. Juntos podemos lograrlo."

Los ojos de Pipo se iluminaron ante la propuesta.

"¿De verdad? ¡Me encantaría ayudar!" - exclamó, ya olvidando su llanto.

A partir de ese día, Don Manuel y Pipo formaron un gran equipo. Pipo se encargaba de ahuyentar a los pájaros que querían robar las mandarinas, mientras Don Manuel cuidaba del árbol. Cada semana, Don Manuel le daba a Pipo algunas mandarinas a cambio de su ayuda.

"¿Ves? ¡Así es mucho mejor!" - decía Don Manuel con alegría.

Con el tiempo, Pipo no solo se volvió un gran ayudante, sino también un buen amigo. Se aseguraba de que el árbol estuviera siempre sano y alegre, cantando canciones mientras Don Manuel trabajaba en su jardín.

La tristeza que antes sentía desapareció y, al ver el árbol tan lleno de mandarinas, Pipo decidió hacer una gran fiesta para invitar a otros pájaros de sus alrededores. Todo el mundo se unió a la celebración, y Don Manuel les ofreció manjares y juegos.

La amistad entre Don Manuel y Pipo floreció tanto como el árbol de mandarinas. La inteligencia y la bondad de ambos habían transformado un conflicto en una hermosa relación, donde todos salieron beneficiados.

"Gracias por compartir tus mandarinas, Don Manuel. Nunca volveré a robar otra vez, prometo ser honesto!" - dijo Pipo, agradecido.

"Y yo agradeceré siempre tu ayuda y amistad, Pipo. ¡Así se vive mejor, juntos!" - contestó Don Manuel con una sonrisa.

Y así, el árbol de mandarinas continuó dando frutos, bajo el cuidado de su dueño y la protección de su nuevo amigo, el pájaro Pipo, que nunca olvidó la lección aprendida: en la amistad y el compartir, siempre hay más ritmo que en el robar.

FIN.

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