El ladrón del Valle Escondido



En un pequeño pueblo de la zona rural de Montevideo, había un hermoso valle llamado Valle Escondido. Allí vivían muchos animales, un grupo de niños y una anciana sabia llamada Doña Carmen. Los niños solían jugar y explorar el campo, mientras que los animales correteaban libres por la naturaleza.

Un día, los niños se dieron cuenta de que algo extraño estaba sucediendo. Las verduras de sus huertas estaban desapareciendo.

"¡Ayer se fueron las zanahorias!", exclamó Julián.

"Y hoy, ¡no hay ni un tomate!", agregó Sofía, preocupada.

Los niños decidieron investigar y se reunieron en la plaza.

"Debemos encontrar al ladrón que se lleva nuestras cosas", dijo Lautaro, valiente como siempre.

"Pero, ¿quién podría hacerlo?", preguntó Valentina.

Los pequeños comenzaron a hacer un plan. Armaron una red de vigilancia, se escondieron detrás de los arbustos y esperaron pacientemente. Por la noche, escucharon ruidos en la huerta. Era un pequeño zorrino llamado Zenón, rebuscando entre los tomates.

"¡Alto ahí!", gritaron los niños al unísono.

Zenón se asustó y se dio vuelta.

"¡No, no! ¡No soy un ladrón! Solo tengo mucha hambre. He estado buscando comida porque no encuentro nada en el bosque", explicó el pequeño zorrino, moviendo su colita con tristeza.

Los niños se miraron con compasión.

"¿Por qué no nos pediste ayuda?", le dijo Sofía.

"Podemos compartir la comida con vos", añadió Julián.

Zenón se sintió aliviado.

"De verdad, ¿harían eso?", preguntó con los ojos brillantes.

Los niños se llevaron a Zenón a la casa de Doña Carmen, que siempre tenía algo para compartir.

"Doña Carmen, tenemos un amigo que necesita ayuda", anunciaron al llegar.

"Claro, cariño. Siempre hay lugar en mi mesa para ayudar a alguien en necesidad", contestó la anciana con una sonrisa cálida.

Zenón se sintió acogido. Mientras compartían la comida, habló sobre su vida en el bosque y cómo había empezado a buscar en el huerto de los niños porque no encontraba suficiente alimento.

"No quiero ser un ladrón, solo quería comer", dijo con sinceridad.

Los niños se dieron cuenta de que Zenón no era un ladrón malvado, sino un amigo que necesitaba ayuda.

"Podemos hacer un trato", propuso Lautaro.

"Te llevaremos comida cada vez que nos visites, y así no tendrás que robar nunca más", añadió Valentina.

Zenón aceptó el trato con alegría.

"¡Gracias! Prometo que siempre regresaré a jugar con ustedes, no solo a comer", dijo, sonriendo por primera vez.

Desde ese día, Zenón se convirtió en parte de su grupo y ellos aprendieron que ayudar a alguien en dificultades es mucho más valioso que castigar a quien, por necesidad, había hecho algo mal.

Los niños siempre recordaron que la comunicación y la empatía pueden resolver los problemas mejor que el enojo o el miedo. En Valle Escondido, la amistad y la solidaridad hicieron que todos fueran felices y se cuidaran mutuamente, incluido Zenón, el pequeño zorrino.

Y así, la historia del ‘ladrón’ de Valle Escondido se transformó en una hermosa lección sobre la importancia de la solidaridad y la amistad.

FIN.

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