El ladrón que no podía robar
Había una vez en un pequeño pueblo llamado Ladrontown, un ladrón llamado Lucas. Lucas era un ladrón muy especial. No porque fuera el más astuto o el más rápido, sino porque, en el fondo de su corazón, nunca supo robar. A pesar de que todos lo conocían como un ladrón, tenía un don muy extraño: cada vez que intentaba llevarse algo que no le pertenecía, algo raro sucedía.
Una mañana, mientras caminaba por el mercado, Lucas vio un hermoso sombrero de un vendedor llamado Don Pedro.
"¡Ese sombrero es perfecto para mí!" - pensó Lucas, pero cuando extendió su mano para tomarlo, su cuerpo comenzó a temblar y se dio cuenta de que no podía moverse. Por alguna extraña razón, los sombreros de Don Pedro estaban protegidos con un hechizo de felicidad y, cada vez que alguien intentaba robar uno, el ladrón se convertía en una estatua de felicidad por unos minutos. Así que Lucas, en lugar de llevarse el sombrero, terminó riéndose en voz alta mientras bailaba, feliz de estar en el mercado.
Ese mismo día, Lucas se encontró con sus amigos: Clara, la panadera, y Ramón, el carnicero. Les contó sobre su extraña experiencia en el mercado.
"¿No te parece raro?" - preguntó Clara.
"No, me parece divertido. Además, nadie se pone triste en Ladrontown. Todos tenemos cosas que hacer y se ve mucho amor en este pueblo" - le respondió Lucas, sonriendo.
Sin embargo, Lucas quería ser un ladrón de verdad. Por lo tanto, un día decidió intentar robar un tesoro escondido en la cueva del dragón, que custodiaba firme el oro del pueblo.
"Finalmente tendré mi riqueza!" - se decía mientras se adentraba en la oscura cueva.
Al llegar a la cueva, ciencia natural, efectivamente encontró el gran cofre dorado. Pero cuando intentó abrirlo, ¡puf! Un chispazo de luz iluminó todo el lugar y Lucas se encontró rodeado de criaturas mágicas.
"¿Qué haces aquí, ladrón?" - preguntó un pequeño dragón llamado Drakito.
"Vine a llevarme el oro, ¿qué más podría hacer?"
"Pero no puedes llevarte lo que no es tuyo. Eso trae mala suerte y tristeza a Ladrontown. ¡Además, el oro pertenece a todos!" - explicó Drakito.
Lucas, algo confundido, comenzó a pensar en lo que decía el dragón. Recordó lo feliz que era la gente en el pueblo, y cómo todos compartían con otros, en vez de desear cosas que no necesitaban. Entonces, Lucas se dio cuenta de que tal vez no quería ser un ladrón después de todo.
"Pero, ¿qué puedo hacer entonces?" - preguntó Lucas.
"Puedes ser el guardián del oro. Podría ser tu trabajo protegerlo y compartirlo con todos cuando lo necesiten" - sugirió Drakito con un brillo en sus ojos.
Desde ese día, Lucas se convirtió en el mejor guardián de Ladrontown. Ya no intentaba robar, sino que organizaba fiestas y eventos en el pueblo, donde compartía dulces, sombreros, juegos y alegría con todos.
"¡Estoy feliz de no ser un ladrón!" - exclamaba mientras contaba historias a niños y adultos por igual.
Y así, el ladrón que no podía robar terminó siendo el corazón del pueblo. Todos los habitantes de Ladrontown aprendieron que compartir y cuidar de los demás era mucho más valioso que cualquier tesoro. La felicidad se volvió el verdadero tesoro de todos.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.