El Lago de la Alegría



En un pequeño pueblo rodeado de montañas, había un hermoso lago llamado Lago de la Alegría. Este lago era mágico, ya que cada vez que alguien sonreía al verlo, el agua brillaba con colores vibrantes. En una casa cercana vivían dos hermanas, Clara y Sofía, que eran inseparables y siempre buscaban aventuras.

Un día, Clara dijo emocionada: - ¡Sofí, hoy vamos al Lago de la Alegría! He oído que hay un pato muy especial que vive allí.

Sofía respondió curiosa: - ¿Un pato especial? ¿Qué tiene de especial?

- Dicen que tiene la capacidad de hablar y que cuenta historias increíbles. ¡Quiero conocerlo! - exclamó Clara.

Y así, las hermanas partieron rumbo al lago. Al llegar, se encontraron con un bello paisaje: los árboles danzaban al compás del viento y el agua del lago reflejaba un cielo azul brillante. Mientras buscaban al pato, escucharon un suave chapoteo.

- ¡Mirá! - dijo Sofía, señalando hacia un frondoso arbusto. Allí, escondido, estaba el pato más colorido que jamás habían visto.

- ¡Hola! - saludó el pato, con una voz melodiosa. - Soy Pato Alegría. ¿Qué las trae por aquí?

- Vinimos a conocerte, Pato Alegría - dijo Clara con una gran sonrisa. - ¡Hemos escuchado que cuentas historias mágicas!

- Claro que sí - respondió Pato Alegría moviendo sus plumas de manera divertida. - Pero primero, deben ayudarme con algo.

Intrigadas, las hermanas escucharon atentamente. - Este lago ha perdido su brillo. Necesito que me ayuden a encontrar el tesoro escondido que trae alegría al agua. Solo así, el lago volverá a brillar.

- ¿Dónde se encuentra ese tesoro? - preguntó Sofía.

- Se dice que está escondido en la cueva de las risas, al norte del lago. Pero sólo aquellos que sepan apreciar la alegría podrán encontrarlo - explicó Pato Alegría.

Clara y Sofía decidieron ayudar al pato. A medida que se aventuraban hacia el norte, se encontraron con retos. Primero, un grupo de animales se alejaban tristes, y las hermanas decidieron hacerlos reír.

- ¿Qué les pasa? - preguntó Clara. - ¿Por qué están tan tristes?

- ¡No tenemos nada divertido que hacer! - sollozó un conejo.

- ¡Tengo una idea! - exclamó Sofía. - ¡Contemos chistes!

Las hermanas compartieron chistes y juegos, y pronto, los animales comenzaron a reír. - ¡Gracias! Ahora nos sentimos mejor - dijeron los animales mientras regresaban a jugar.

- Vieron, la alegría es contagiosa - sonrió Clara. - Sigamos buscando el tesoro.

Continuaron su camino y llegaron a la cueva de las risas, un lugar misterioso cubierto de colores. Pero la entrada estaba cerrada y parecía que solo se abriría si se escuchaba una gran risa.

- ¡Debemos hacer algo! - declaró Sofía. - ¿Cómo hacemos reír a los demás para que nos ayuden?

Recordando cómo los hicieron reír a los animales, Clara tuvo una idea: - Vamos a organizar una pequeña función de teatro. ¡Tú serás la protagonista y yo seré tu asistente!

Las hermanas comenzaron a actuar, exagerando sus gestos y voces, haciendo que una familia de patitos se acercara rápidamente. El patito más pequeño se comenzó a reír a carcajadas, contagiando a su familia.

- ¡Eso es! - gritó Clara entusiasmada. - ¡Así sigue, ríe más fuerte!

Con la risa del patito resonando, la cueva comenzó a temblar y se abrió lentamente. Las hermanas entraron y encontraron un cofre brillante.

- ¡Lo logramos! - exclamaron, abriendo el cofre y viendo que estaba lleno de coloridas piedras. - ¡Es el tesoro de la alegría!

Al tomar una piedra cada una, decidieron volver al lago y compartir su alegría con Pato Alegría. Al llegar, el pato estaba encantado.

- ¡Lo hicieron! ¡El lago va a brillar de nuevo! - gritó Pato Alegría mientras tomaba las piedras y las arrojaba al lago.

A medida que las piedras caían al agua, comenzaron a emanarse destellos de luz y colores vibrantes. El lago sonrió, reflejando el brillo en el rostro de las hermanas.

- Gracias por ayudarme, Clara y Sofía. Nunca olviden que la alegría es un tesoro que se comparte - dijo el pato mientras el lago relucía como nunca.

Y así, las hermanas regresaron a casa con el corazón lleno de alegría, sabiendo que compartir momentos felices era el verdadero regalo. Desde entonces, el Lago de la Alegría nunca dejó de brillar, gracias a la amistad y el trabajo en equipo.

Y cada vez que verían al pato, recordarían que la alegría se crea en compañía y que ayudar a los demás siempre trae sonrisas.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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