El Lanzador de Piedras y el Robo Misterioso
En un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos, vivía un niño llamado Tito, conocido como el Lanzador de Piedras. Tito tenía un talento especial, podía lanzar piedras más lejos que cualquiera en el pueblo. Su habilidad atraía la atención de todos, y siempre participaba en competencias y juegos con sus amigos.
Un día, mientras Tito practicaba su lanzamiento en el campo, notó algo extraño: varias piedras comenzaron a desaparecer misteriosamente. Al principio pensó que eran sus amigos los que se las llevaban para hacer alguna broma, pero no era así. Pronto, las piedras preciosas que su abuela había guardado en una caja también desaparecieron de su casa.
"¿Qué está pasando aquí?", se preguntó Tito confundido.
"¡Si sigo así, no tengo piedras para lanzar en la competencia!", exclamó con desánimo.
Decidido a resolver el misterio, Tito se puso en marcha. Con su buen amigo Julián, se colaron al bosque donde muchas veces jugaban. Allí, decidieron seguir las huellas que llevaban hacia un pequeño claro. Cuando llegaron, vieron a tres chicos mayores de la ciudad cercando su campo de piedras.
"¿Qué están haciendo aquí?", preguntó Tito frunciendo el ceño.
"Estamos buscando piedras para nuestra competencia de lanzamiento. Las que encontramos son para mejorar nuestro juego", respondió uno de los chicos con un tono arrogante.
Tito y Julián intercambiaron miradas. Sabían que eso era injusto, pero también que los chicos necesitaban piedras. Entonces Tito tuvo una idea.
"¿Y si hacemos un trato? Ustedes pueden usar nuestras piedras para lanzar, pero a cambio, tienen que enseñarnos algunos trucos nuevos de lanzamiento", sugirió.
Los chicos miraron entre sí, sorprendidos por la propuesta. Después de un momento de silencio, uno de ellos dijo:
"¡Está bien! Aceptamos el trato. Pero no queremos perder en nuestra competencia, así que necesitamos practicar mucho."
Así, nuestros amigos comenzaron a hacer una nueva amistad, entrenando juntos todos los días. Tito les enseñó a lanzar con precisión, y ellos le enseñaron a Tito varios trucos impresionantes. En poco tiempo, se convirtieron en un gran equipo.
Pero un día, uno de los chicos, llamado Lucas, se quedó mirando un hermoso cristal que había logrado encontrar durante sus entrenamientos.
"¿No crees que esta piedra debería ser solo para mí?", murmuró Lucas, sintiéndose tentado por la belleza del cristal y olvidando el trato.
Tito, viéndolo, lo llamó.
"¡Espera! ¡No podemos romper la confianza de los demás!", le dijo Tito.
"¿Confianza? ¿Y qué importa eso?", respondió Lucas.
Aquel día se desató una gran discusión entre Lucas y Tito. Tito estaba triste porque pensaba que, aunque habían formado una amistad, algunos no comprendían el valor de compartir. Entonces, decidió que debía hacer algo para guiarlos.
Fue entonces cuando se le ocurrió organizar una competencia de lanzamiento en el pueblo, invitando a todos.
"Voy a demostrar que compartir puede ser más divertido que competir solo", pensó Tito.
Con el apoyo de los demás, comenzaron a preparar la competencia. Se enfocaron en hacerla no solo un concurso de lanzamiento, sino un evento donde todos pudieran unirse, compartir historias y disfrutar de un día juntos.
El día de la competencia llegó, y mucha gente del pueblo se acercó. Los chicos de la ciudad también asistieron, un poco nerviosos, pero con un nuevo entendimiento de cómo la diversión y la amistad podían ser más importantes que la competencia.
Cuando llegó el turno de Tito, él lanzó una piedra con toda su fuerza y acierto, pero luego invitó a todos a hacer lo mismo. Al final del día, Lucas, quien había aprendido una gran lección sobre la amistad y el compartir también lanzó su piedra con fuerza y logró una gran distancia.
"¡Mirá! No hubiera podido hacerlo sin la ayuda de todos ustedes", sonrió Lucas.
Desde aquel día, Tito, Lucas y los demás niños aprendieron que el espíritu de equipo y compartir eran más importantes que cualquier premio. Y a veces, unas simples piedras podían reunir a un grupo de amigos y crear la mejor de las competencias.
Así que Tito, el Lanzador de Piedras, no solo se convirtió en el mejor lanzador, sino también en un gran amigo y líder. El pueblo se llenó de risas y sonrisas cada vez que todos se reunían para lanzar piedras juntos.
Y así, en aquel pequeño pueblo, las piedras que una vez fueron motivo de discordia se convirtieron en símbolo de unidad y amistad.
FIN.