El Lápiz Mágico de Camila y Luis



En un pequeño barrio de Buenos Aires, vivían dos niños inseparables: Camila, una niña curiosa y soñadora, y Luis, un niño ingenioso y divertido. Un día, mientras exploraban el viejo baúl del abuelo de Camila en su casa, encontraron un lápiz que brillaba de una forma extraña.

"Mirá, Luis, ¡qué lápiz tan raro!" - exclamó Camila.

"Seguro que es mágico, ¿te imaginas?" - respondió Luis con una risa.

Intrigados, decidieron probarlo. Camila, emocionada, dibujó una estrella en una hoja de papel. Para su sorpresa, la estrella saltó del papel y comenzó a brillar en el aire.

"¡Increíble!" - gritó Luis.

"¿Qué más podemos dibujar?" - preguntó Camila, ya pensando en las posibilidades.

Así fue como comenzaron a trazar todo tipo de cosas: flores, criaturas fantásticas y hasta un castillo. Cada dibujo cobraba vida y llenaba su mundo de colores. Los días se volvieron mágicos y llenos de aventuras. Sin embargo, pronto comenzaron a notar que necesitarían usar el lápiz con responsabilidad.

Un día, en el parque, Luis decidió dibujar una montaña enorme para que pudieran escalarla.

"¿Estás seguro, Luis?" - dudó Camila, sintiendo un cosquilleo de nervios.

"Vamos, será divertido. ¡Aventuras!" - insistió él, dibujando con gran entusiasmo.

La montaña apareció, y los amigos empezaron a escalarla. Pero al llegar a la cima, se dieron cuenta de que habían perdido el control y la montaña se había convertido en un lugar peligroso. Empezaron a resbalar y a sentir miedo.

"¡Ayuda! ¡No sabía que sería así!" - gritó Camila, asustada.

"¡Debemos volver! Hay que dibujar una escalera para bajar!" - respondió Luis, rápidamente.

Con un trazo decidido, dibujaron una escalera de cuerdas que los llevó de vuelta a la seguridad del suelo. Aliviados pero aún temerosos, se sentaron en un banco del parque.

"Siento que no deberíamos haber dibujado eso sin pensarlo bien" - dijo Camila, reflexionando.

"Tienes razón. A veces, querer hacer algo emocionante puede tener consecuencias. Necesitamos ser más responsables con el lápiz" - añadió Luis, mirando el lápiz con seriedad.

Decidieron regresar a su casa y pensar en dibujos más positivos. Esa noche, Camila tuvo una idea maravillosa.

"¿Y si dibujamos cosas que ayuden a otros?" - sugirió.

"¡Eso es una gran idea!" - exclamó Luis.

Así que al día siguiente, comenzaron a dibujar: una casa para una familia que había perdido su hogar, un jardín lleno de frutas para compartir con los vecinos y hasta una fuente de agua para el parque. Cada creación nueva se transformaba en realidad, y pronto se dieron cuenta de que el lápiz les había dado el poder de ayudar a su comunidad.

Sin embargo, había un problema. Con cada buen acto, el lápiz comenzaba a perder su brillo mágico.

"Luis, mirá! El lápiz se está apagando. ¿Qué vamos a hacer?" - dijo Camila, preocupada.

"Tal vez el poder del lápiz se agota porque no lo estamos usando para nosotros mismos" - supuso Luis.

Decidieron, entonces, hacer una gran mural en una de las paredes del barrio, reuniendo a todos sus vecinos. Juntos, dibujaron paisajes y escenas que representaban los sueños de cada persona. Al finalizar, el mural estaba tan lleno de vida y color que el lápiz brilló intensamente una vez más.

"¡Lo logramos! ¡El lápiz volvió a brillar!" - gritaron al unísono.

Desde ese día, aprendieron que el verdadero poder del lápiz mágico no estaba en lo que podían crear para sí mismos, sino en cómo podían compartirlo con los demás. Camila y Luis decidieron que, por el momento, dejarían de usar el lápiz mágico y lo guardarían bien, recordando siempre que la verdadera magia se encuentra en ayudar y hacer felices a los demás.

Y así, el lápiz descansó en el viejo baúl, mientras Camila y Luis continuaron creando un mundo mejor, utilizando su ingenio y buena voluntad, todas las aventuras que se les ocurrieran, sin la necesidad de magia. Cada día, era un nuevo dibujo, una nueva oportunidad.

Colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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