El Lápiz Mágico de Lucas



Había una vez en un pequeño pueblo llamado Arcoíris, un chico llamado Lucas. Era un niño curioso y creativo, que siempre llevaba consigo un lápiz muy especial que había encontrado un día cerca de un viejo árbol. Sin saberlo, ese lápiz tenía un poder mágico: cada vez que Lucas dibujaba algo, ¡se hacía realidad!

Un día, mientras estaba en su habitación, Lucas decidió dibujar un colorido arcoíris que adornara el cielo del pueblo.

"¡Qué lindo sería tener un arcoíris todo el tiempo!" - pensó mientras dibujaba.

De repente, un precioso arcoíris apareció en el cielo, más brillante que cualquier otro que se hubiera visto. Todos en Arcoíris salieron a admirarlo.

"¡Mirá, ahí está el arcoíris!" - gritó su amiga Sofía, mirando hacia arriba.

"¡Es increíble!" - respondió Lucas, riendo de felicidad.

Emocionado por su nuevo poder, Lucas siguió dibujando cosas maravillosas: dibujó un campo lleno de flores, un castillo de dulces y hasta un gran dragón amistoso que volaba por el cielo. La gente del pueblo comenzó a aplaudir y a agradecerle.

"Sos un artista, Lucas. ¡Nos traés alegría!" - decía el señor Pedro, el panadero.

Sin embargo, un día, mientras experimentaba con su lápiz mágico, Lucas dibujó una bomba de confeti. Pero, en el apuro de su emoción, no pensó en las consecuencias de lo que hacía. El confeti emergió de la bomba y llenó el aire de colores, pero de pronto, el viento hizo que el confeti volara de manera descontrolada y cayera sobre el pueblo, asustando a la gente y causando un pequeño alboroto.

"¡Ay, no! Esto no estaba en mis planes" - se lamentó Lucas, viendo a todos correr asustados.

De repente, dibujó un gigantesco oso de peluche para calmar a todos, pero el oso se hizo tan grande que comenzó a aplastar las flores del campo.

"¡Lucas, ten cuidado!" - le gritó Sofía, asustada.

"No puedo controlar lo que dibujo..." - respondió Lucas, angustiado.

La tragedia ocurrió cuando, en su desesperación, decidió dibujar un lujoso castillo para regalarles a sus amigos un lugar donde jugar. Pero al hacerse realidad, el castillo desestabilizó los cimientos del pueblo y comenzó a derrumbar algunas casas.

El pueblo entero se llenó de gritos y miedo. Lucas se sintió muy mal. No quería que su creatividad causara problemas. Con lágrimas en los ojos, decidió que tenía que arreglar la situación. Pensó en lo que había hecho y en todo lo que había aprendido.

"Debo deshacerlo todo. No puedo seguir así" - murmuró, triste. Comenzó a dibujar una gran nube gris que cubriera todo el pueblo.

Pero esta vez era diferente. La nube no traía lluvia ni tormentas, sino un viento suave que limpiaba el aire y traía paz. Poco a poco, el pueblo se calmó, y las flores comenzaron a florecer nuevamente, aunque algunas estaban arrugadas.

Lucas, sintiéndose más aliviado, dibujó un sol brillante que iluminó a todos.

"¡Mirá!" - gritó Sofía, señalando al cielo. "El sol ha vuelto a salir. ¡Gracias, Lucas!"

Desde ese día, Lucas aprendió a respetar su poder. Decidió que nunca más dibujaría sin pensar en las consecuencias. Con su lápiz mágico, en lugar de crear cosas grandes y descontroladas, se dedicó a hacer pequeños detalles que alegraran los días de su pueblo, como dibujar un banco en el parque, o una fuente hermosa para el centro.

"Es mejor hacer pequeñas cosas que sean lindas en vez de grandes cosas que podrían causar problemas" - reflexionó Lucas.

Y así, el pueblo de Arcoíris volvió a ser un lugar feliz, lleno de risa y color, donde Lucas, con su lápiz mágico, aprendió a ser responsable con su creatividad, transformando su arte en alegría.

Y cada vez que un niño dibujaba un arcoíris en su cuaderno, recordaba a Lucas y su lápiz mágico, aprendiendo también a soñar pero con cuidado.

Fin.

FIN.

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